Compromisos blandos

1 enero 2009

La moral tradicional se centraba en el deber, en la responsabilidad y en la virtud. No sólo es difícil encontrar hoy quien predique tal moral, sino que ha caído en desuso y hasta en desprestigio. Si alguien se atreviera a enseñar moral en estos términos, podría ser, incluso, objeto de mofa. Las propuestas morales al uso van en una dirección muy distinta a la de antes, contaminadas por el hedonismo, el individualismo y el relativismo.

Estamos, como afirma el lúcido Gilles Lipovetsky, ante una cultura en la que la felicidad predomina sobre el mandato moral, los placeres sobre la prohibición, la seducción sobre la obligación.

A través de la publicidad, el crédito, la inflación de los objetos y de los ocios, el capitalismo de las necesidades ha renunciado a la santificación de los ideales en beneficio de los placeres renovados y de los sueños de la felicidad privada.

Se ha edificado, de este modo, una nueva civilización que ya no se dedica a vencer el deseo con el puro ejercicio ascético, sino a exacerbarlo y a desculpabilizarlo. Los goces del presente, los templos del yo, del cuerpo y de la comodidad se han convertido en la nueva Jerusalén de los tiempos postmorales.

El hedonismo, escribe Daniel Bell, la ideología del placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo.

Se ha dicho que cada época tiende a reconocerse en una gran figura mitológica o legendaria que simbolice sus búsquedas y afanes. La modernidad se sintió especialmente identificada con Prometeo, que desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad.

Su figura titánica simboliza una época que, llena de ideales, se aplicó con esfuerzo y coraje a transformar el mundo. Lucha, compromiso, militancia y pasión son conceptos que la identifican. También Sísifo encarna el espíritu moderno como tan agudamente subrayara Albert Camus. Expresa tesón, fuerza de voluntad, luchar contra lo establecido. Pero Sísifo y Prometeo han sido desterrados.

La postmodernidad, por su parte, parece más bien identificarse con Narciso, quien, enamorado de sí mismo, carece de ojos para ver el mundo exterior, gira en torno a sí mismo buscando su satisfacción y, en el mejor de los casos, su realización personal.

Nacido y crecido en la sociedad del bienestar, sin padecer las privaciones de sus antecesores ni tener grandes cosas por las que luchar, el ciudadano actual procura disfrutar del presente y evita complicarse la vida con ataduras y compromisos. Su gran sueño del sábado por la tarde: pasearse con un carrito por un gran centro comercial y experimentar el placer del consumo por el consumo.

Narciso, como dice Gilles Lipotvesky, está demasiado absorto en sí mismo como para darse cuenta que existen los otros, renuncia a las militancias religiosas, abandona las grandes ortodoxias, sus adhesiones siguen la moda y, por ello, son fluctuantes, sin mayor motivación.

Este hombre no es ni el decadente pesimista ni el trabajador oprimido; se parece más bien al telespectador probando por curiosidad uno tras otro los programas de la noche, al consumidor llenando el maletero de su último modelo, al turista que está de vacaciones y vacila entre irse unos días en las playas mallorquinas o de camping de Córcega. ¡He aquí el gran dilema!

Nada se puede construir sin compromiso. Ni la familia, ni el partido, ni la nación, ni el futuro. Nada. Lo que ahora disfrutamos es el fruto del compromiso de otros. Deberíamos tenerlo siempre presente, porque cada eslabón de la historia va precedido de sangre, sudor y lágrimas. Deber, responsabilidad, fidelidad, virtud: he aquí una constelación de categorías por reinventar.

Más claro imposible. Contra el compromiso blando, el compromiso serio. Nos jugamos mucho en ello. Recordarlo no está de más: El compromiso es vital para el futuro, pero el compromiso férreo, el que deriva del vértigo de la libertad, de tomarse en serio el hecho de estar vivo.

Francesc Torralba Roselló

Forumlibertas.org, 17/09/2008

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