De la discoteca al convento

1 abril 2003

Una joven italiana entra en un convento.  Eso no sería noticia  (aunque cada vez lo es más) si no fuera porque esa joven se ganaba la vida bailando en los estrados de discotecas.

Es joven, se llama Anna Nobili y optó por la vida religiosa y por dedicar su vida a los necesitados, tras culminar un camino personal de conversión.

La misma joven relató en una entrevista el itinerario que le llevó a ingresar en las Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret.

«Comencé a frecuentar las discotecas a los 19 años y continué hasta los 21. Fueron tres años muy intensos durante los cuales perdí totalmente la cabeza. Iba todas las noches y me quedaba hasta las ocho de la mañana», recuerda.

«Desde medianoche hasta las 4 de la madrugada me exhibía en una discoteca, y desde las 4 hasta las 8 iba a bailar a otra. Viajaba incluso fuera de Milán; por ejemplo, a Amsterdam, donde me quedaba cuatro o cinco días».

«Buscaba las discotecas más frecuentadas», continúa su relato; «de ahí mis relaciones con los hombres y el uso del alcohol».

Poco a poco se fue distanciando de esos ambientes. «No sé bien por qué -comenta la hermana Anna-, pero en cierto momento me sentí cerca de la Iglesia. Comencé a ir a misa los domingos y allí lloraba continuamente, sintiendo dentro de mí una presencia diferente». «Veía a los jóvenes, que se querían de manera muy sencilla y estaban serenos. Un mundo auténtico, no falso como el que yo frecuentaba», prosigue.

El paso siguiente fue un retiro espiritual en Spello, en la ermita de Carlo Carretto. «Recé, hice largas meditaciones. Hasta que una tarde, en la plaza de Santa Clara en Asís, contemplando el cielo y la naturaleza, tuve una percepción clara de que Dios es el Creador y nosotros somos sus criaturas».

«Sentí en el corazón un gozo indescriptible -describe-. Y me puse a bailar. Esta vez no para conquistar a los hombres, sino para agradecer y alabar. Había encontrado lo que buscaba».

Ahora el proyecto de la religiosa es «vivir el carisma de mi Congregación al servicio, incluso a través de trabajos manuales, de los menos afortunados».

«Es normal que los jóvenes busquen sensaciones y que éstas se intensifiquen por la noche. Pero a menudo la vida nocturna se vive como una rebelión que lleva a la perversión», advirtió. «El problema no es tanto ir o no ir a las discotecas -constata-, sino dejarse envolver en relaciones humanas insatisfactorias. Vayamos a la discoteca, pero con Jesús».

La Congregación de las Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret trabaja en situaciones de marginación, como la recuperación de ex prostitutas, y se ocupa de los problemas relacionados con la inmigración.

 

ZENIT, Roma, 9 marzo 2003

 

Para hacer

¿Qué nos parece el testimonio de esta joven? ¿Qué nos llama la atención?

¿Qué es lo que la hace cambar?

¿Qué nos ha hecho cambiar a nosotros en nuestra vida?

Concretar en qué consistiría ir a la discoteca pero con Jesús…

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