De la duda a la claridad de una esperanza

1 abril 1997

  • Vivimos en un mundo en el que coexisten la luz y las tinieblas. Aspirando a la luz, ¿nos embargará una duda? Un místico ruso, lejos de inquietarse, escribía: «Yo soy un hijo de la duda y la increen­cia… Mi `hosanna’ ha pasado a través del crisol de la duda». (Dostoievski).

¡Feliz quien camina de la duda hacia la claridad de una esperanza!

  • Como se disipa la niebla de la mañana, así se ilu­minan las noches del alma. Y hasta en los desier­tos del corazón brota la frescura de las fuentes. No una esperanza ilusoria, sino una esperanza límpida, que actúa en lo concreto de las situacio­nes. Esta esperanza induce ante todo a com­prender, a amar.
  • La vida de quien busca amar con la compasión del corazón se llena de una belleza serena.

Si se perdiera la compasión, fuego interior de una inagotable bondad, ¿qué nos quedaría?

La compasión toca lo profundo del ser. Reaviva la inocencia y permite ver al otro tal como es.

  • El que elige amar y decirlo con su vida se pre­guntará un día: ¿cómo aliviar el sufrimiento hu­mano, tanto si está cerca correo lejos?

Incluso con una fe muy pequeña, ¿podemos dar­nos cuenta de que Dios llama a cada uno?

El Evangelio permite comprender que no hay mayor amor que ir hasta el fin del don de sí mis­mo.

  • Cuando Dios llama a una vocación para toda la vida, invita a acoger esa vocación para siempre. Si surgen obstáculos nos sorprenderemos rezan­do: Espíritu Santo, tú eres el guardián de una vo­cación para toda la vida, haz que no me pare en el camino.

¿Surgirá una duda? El deseo de Dios no se des­vanece por eso. Cuatro siglos después de Cris­to, un creyente escribía su certeza. «Si tú deseas ver a Dios, ya tienes fe…» (San Agustín).

Si tenemos el simple deseo de acoger la presen­cia de Dios, en lo más profundo del ser se en­ciende urna llama.

¿Será esta llama de amor solamente un pálido resplandor? Lo asombroso es que resplandece siempre. Muy interior, esta llama permite atrave­sar las largas noches apenas luminadas.

  • Y se realiza en nosotros como un cambio… El Evangelio transforma nuestra vida y nuestro co­razón.

Cuando nos asalta la melancolía, el aburrimiento, el desencanto, hay que tomar una decisión: dis­ponernos a realizar un cambio interior que nos abra a una alegría del Evangelio. Abandonarnos al Espíritu Santo, confiándoselo todo ahora y siem­pre, para que la esperanza, impulso del amor, re­cobre vida.

  • En un mundo en el que coexisten la luz y las ti­nieblas hay hombres, mujeres, jóvenes y niños que son portadores de luz en la familia humana. Su simple presencia creadora es luz a su alrede­dor, incluso si no se dan cuenta.

Ellos aman y lo expresan con su vida. Abren los ojos a la angustia de los inocentes, de niños o jó­venes marcados por rupturas afectivas. Quisie­ran ser solidarios con tantos jóvenes cuyo futuro es incierto.

Hacen suyo el espíritu de las palabras escritas hace casi tres mil años: «Los designios de Dios para vosotros son designios de paz y no de des­gracia. Él quiere ofreceros un porvenir y una es­peranza».

  • Si nos dejamos revestir por el perdón como por un vestido, presentiremos una transfiguración de nosotros mismos.

Si el amor que reconcilia llegara a ser una brasa ardiente en nosotros…

Si la compasión del corazón estuviera al comien­zo de todo…

… a nuestro alrededor se irradiaría, incluso sin darnos cuenta, una transparencia del Evange­lio… y se iluminarían estas palabras: ¡Ama y dilo con tu vida!

Hno. Roger Schutz

PARA HACER

Éste es el mensaje del hermano Roger a los jóvenes con vistas al encuentro que reunirá miles de ellos del 28 de diciembre de 1997 al 1 de enero de 1998 en Stuttgart (Alemania), coincidiendo con la celebración de los 20 años de dichos encuentros. El texto se meditará también en Taizé semana tras semana en las reuniones euro­peas de jóvenes. Realizar también esa meditación en cada grupo.

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