El espectáculo de la caridad

1 diciembre 1999

Cuando uno era joven y aborrecía la situación política y social, también aborrecía las fiestas de caridad: las tómbolas benéficas, las campañas de Navidad, el «siente un pobre a su mesa», las Da­mas de San Vicente de Paúl, etcétera. Uno creía en muchas cosas, quizás en demasiadas, pero pensaba que en una España democrática, si eso llegaba a ser verdad algún día, habría justicia -justicia para todos- y no interesada caridad.

Pero los pensamientos nobles y los sueños hermosos se vinieron abajo, se han hundido en su inmensa mayoría, entre ellos el de la justicia para todos. Un 20% de la población española vi­ve en la pobreza, pero nadie los considera: los pobres no están en el mercado electoral, no vo­tan, no interesan. Y los pobres del mundo son más, muchos más; quizás por eso, ahora se prac­tica abundantemente la caridad con ellos en for­ma de espectáculos inevitablemente televisados. Ocurre un desastre natural y las emisiones de radio y las ondas de televisión abren las puertas del gran teatro. Se vocean proclamas de solidari­dad testa es la palabra llave, el ungüento verbal que cura las conciencias- y cantantes y shozottteti y artistas en general acuden solícitos mientras en las pantallas aparecen, una y otra vez, los nú­meros de las cuentas corrientes donde los teles­pectadores pueden ingresar sus donativos. Los organizadores recaudan emocionados grandes pero siempre, ay, insuficientes cantidades, y… las audiencias suben también mucho y los artistas reciben su plus de celebridad y la gente llora, que es un modo de divertirse, y se lo pasa muy bien con tantas imágenes y tantas referencias a la miseria. Todo un ritual de purificación.

Por caminos que hace años hubieran sido in­sospechados, hemos vuelto a los festivales de Navidad, a las tómbolas benéficas, a todo eso que creíamos que debía quedar sepultado entre las ruinas de la autocracia. Ya no es que nadie piense en cambiar el mundo; es que no se pre­tende ni reformarlo. Hemos vuelto al imperio de la limosna, con el que cristianismo lleva vi­viendo -y sobreviviendo- veinte siglos. Pone­mos a los pobres en la tele y vamos marchando. Ni este Gobierno ni el anterior fueron capaces de incluir en sus presupuestos el 0,7% para el Tercer Mundo de fuera, ni lo hay para el Tercer Mundo de dentro. Eso sí, Europa que no sea avara y nos entregue los fondos de cohesión.

La Constitución, tan invocada y hasta cacare­ada durante estos días, habla en su prolegóme­no de la instauración de «un orden económico y social justo» y del establecimiento de «una so­ciedad democrática avanzada», y proclama que «España se constituye en un Estado social y de­mocrático de derecho». Cuando se dice que lo mejor es no modificarla, quizás también se está diciendo que lo mejor es no ponerla en práctica en estos puntos, porque llevamos veinte años interpretándola y nadie, o casi nadie, ha impug­nado la interpretación absolutamente capitalis­ta -del más rancio capitalismo- que se ha hecho de ella. La mayoría de nuestros diputados y se­nadores ha llegado, al parecer, a la conclusión de que la retórica es sólo eso, retórica, cohetería, paja verbal, adorno navideño. El «orden econó­mico y social justo» sigue consistiendo en las campañas de Navidad, que ahora se llaman más laicamente de solidaridad. Todo por televi­sión y con muchos grandes de este mundo exor­nando el espectáculo. Con los pobres seguimos lavándonos la conciencia. Aunque sea con los pobres de fuera.

MIGUEL GARCÍA-POSADA

 

Para hacer 

1. La vivencia de las Navidades suscita cada vez mayor controversia en todo lo que trae a su alrededor. He aquí lo que decía en la Nochebuena de 1988 Miguel García–Posada en el diario «El País». ¿Estamos de acuerdo?

2. Juzgar nuestra forma de vivir las Navidades desde lo que dice el autor. ¿Qué nos cuestiona? ¿A qué nos impulsa?

3. La campaña del 0’7 aparece más fuerte en algunas fechas, muere y renace cada año. ¿Qué podemos hacer para asumirla como cosa personal y continuada?

4.  ¿Cuál y cómo es nuestra solidaridad?

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