De repente nos confinan. Y de repente uno se da cuenta de que el tiempo adquiere otra dimensión y piensa que vale la pena aprovecharlo; y, sin descuidar lo ordinario, dedica momentos a hacer cosas que en “tiempos normales” no puede, como por ejemplo, leer un poco más.
Y después de años, vuelve a caer en mis manos “El hombre en busca de sentido”, del psiquiatra Viktor Frankl, donde narra su experiencia en campos de concentración durante la segunda guerra mundial y expone unas líneas básicas de su teoría terapéutica, la “logoterapia”.
Cuando leemos algo de cierto interés, nos suelen resonar más algunas palabras, frases o ideas, según lo que estamos viviendo, o simplemente porque en ese momento le prestamos más atención y tomamos más conciencia. ¿Qué me llamó la atención, entre otras cosas? Lo que en un momento del libro el autor dice sobre la pregunta por el sentido de la vida:
“Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida. Debemos aprender por nosotros mismos, y también enseñar a los hombres desesperados, que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros. Dejemos de interrogarnos sobre el sentido de la vida y, en cambio, pensemos en lo que la existencia nos reclama continua e incesantemente. Y respondamos no con palabras, ni con meditaciones, sino con el valor y la conducta recta y adecuada. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada instante particular”.
Esta forma de enfocar el sentido de la vida me hizo pensar en un hecho de la vida del Abbé Pierre (cura francés que fundó el movimiento “Traperos de Emaús”, una organización de lucha contra la exclusión y la pobreza):
En 1949, el Abate Pierre fue llamado para atender a un asesino que intentaba suicidarse. Logró salvarlo con este razonamiento: «No tengo nada que darte. Puesto que quieres morir, no tienes nada que perder. Entonces, préstame tu ayuda para ayudar a los demás». El hombre aceptó y se convirtió en el primer hermano de las Comunidades de Emaús, que quedaron fundadas ese mismo año.
Nosotros hablamos del sentido de la vida, de la búsqueda de sentido… Y pienso que sería bueno tener presente esta actitud: no tanto qué esperamos de la vida, sino tomar conciencia de lo que la vida espera de nosotros, de lo que nos reclama… y dar respuesta; y en eso, que nos pone en movimiento, es donde encontramos el sentido.
Además, esto es muy nuestro, muy salesiano. Recordemos lo de “todo joven, por muy desgraciado que sea, tiene un lado accesible para el bien y el primer deber del educador es, hallar ese punto, esa cuerda sensible del corazón para sacar frutos”. Por eso hacemos al joven propuestas en las que, mientras responde a una necesidad externa a él, va descubriendo y desarrollando lo mejor de sí mismo. No dejemos de hacerlo, para ayudar a nuestros jóvenes a encontrar su sentido a la vida en lo que la vida les pide.
Y nosotros, educadores y educadoras, no dejemos de dedicar tiempo a redescubrir qué es lo que la vida (personas, situaciones…) pide de nosotros a cada instante: sabemos que Dios está presente en esa demanda.
Pepe Alamán, sdb.