El sueño de Dios

1 abril 2002

UN hombre se adentró en el desierto a fin de luchar consigo mismo y de esta ma­nera, poder encontrarse con Dios. La lucha fue larga. Hubo que vencer espejismos: de los de afuera y de los de adentro. Atravesó momentos de miedo al futuro y de nostal­gia por el pasado. Días enteros se debatió contra las dudas. ¿Valía realmente la pena to­do aquel esfuerzo? ¿No estará engañándose a sí mismo, peleando contra sus propias ilusiones, buscando metas que no existían?

Pero Dios lo acompañaba en su lucha, y siempre encontraba motivos para amanecer. Finalmente, luego de muchos años, y cuando Dios quiso, llegó la paz. Paz para él mis­mo, y para compartir con los otros. Porque, simultáneamente, comenzaron a lloverle los problemas de todos los demás, que acudían a él con sus dudas y preguntas. Precisa­mente, porque lo veían con paz, no lo dejaban en paz.

Dios le regaló una mirada clara. Miraba las cosas con la mirada de Dios. Por eso ve­nían a consultarlo. Le traían sus angustias y sus esperanzas, sus proyectos y sus mie­dos, y se llevaban una visión de verdad sobre sí mismos. Lograban intuir cuál era el pa­pel en el sueño que Tatá Dios tenía para ellos.

Pero no todos quedaban tan convencidos. Y hubo quien quiso ponerlo a prueba. Es­te personaje atrapó viva a una golondrina. Y con ella en la mano se dirigió a la morada del ermitaño. Al llegar allí escondió la mano en la que tenía atrapada la avecilla. Se la colocó debajo del poncho y oculta detrás de su espalda. Pensaba preguntarle al ancia­no si aquella golondrina estaba destinada a la vida o a la muerte. En el caso que éste respondiera que el ave viviría, él le aplastaría la cabeza y tirándola a sus pies le mos­traría que estaba ya muerte. Y por si acaso respondiera que el ave moriría, entonces él la soltaría para que reemprendiera el vuelo en libertad, demostrando que se había equi­vocado.

Y así lo hizo. Dirigiéndose al anciano le preguntó: «¿Maestro, esta golondrina que tengo en mi mano aquí detrás de mi espalda, ¿está destinada a morir o a seguir viviendo?».

El anciano lo miró benévolamente, y sonriendo para sus adentros, se dedicó a conti­nuar escribiendo en el suelo con un palito que tenía en la mano.

El hombre insistió en su pregunta, creyendo que el ermitaño estaba evadiéndose con el silencio. Y finalmente, consiguió la respuesta, que llegó acompañada de la misma sonrisa benévola: «Mira, mi hijo: que la golondrina esté viva, es un milagro de Dios. Que es­té muerta, eso depende de ti».

Es cierto que todo depende de Dios. Pero siempre hay algo que podemos hacer tam­bién nosotros, porque estamos en el sueño de Dios.

 

Mamerto Menapace

 

Para hacer

  1. ¿Qué pasa a cada uno de los dos personajes? ¿A cuál nos parecemos más nosotros?
  2. El autor termina la parábola: «Es cierto que todo depende de Dios; él es el todopoderoso, el que ya tiene todo previsto de antemano en su proyecto eterno. Pero siempre hay algo que podemos hacer también nosotros, porque estamos en el sueño de Dios». ¿Cómo se imagina cada uno en ese sueño de Dios. ¿Qué podemos hacer?

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