- Desubicación de lo religioso. El gran historiador italiano de origen judío Arnaldo Momigliano evoca en el prólogo de sus Pagine ebraiche, por ejemplo, la atmósfera familiar durante la minuciosa preparación del Sabath. De ese breve texto sorprende la coherencia y la unidad en la que son ubicados aspectos tan diversos como un precepto alimentario, una emoción por lo sagrado, un sentimiento puramente estético o una costumbre ancestral relacionada con una determinada identidad. En nuestros días, esa unidad parece haberse disgregado de una manera irreversible. Los elementos heterogéneos que la conforman, en cambio, no sólo no han menguado sino que, por separado, crecen y prosperan -eso sí: caótica y desbocadamente- en los contextos más insólitos. El «supermercado espiritual», en feliz expresión de PeterBerger, rebosa. Cabe decir sin embargo que, en sí mismos, aislados y descontextualizados, los referentes que evoca Momigliano carecen de sentido (aunque no de finalidad instrumental, como veremos más adelante). Esa desubicación o dislocación es típicamente postmoderna y va mucho más allá del ámbito religioso. La Inmaculada Concepción ha pasado de ser un dogma para transformarse en un puente.Ontológicamente, la transmutación es vertiginosa. ¿Laicización, secularización? Esa conclusión, en apariencia tan obvia, es en realidad engañosa.
- Algunas paradojas de grandes dimensiones. Es probable que, en toda la historia de la humanidad, ninguna generación haya visitado tantos y tan variados templos como en la actualidad. Esas incursiones, sin embargo, sólo son excursiones: no están relacionadas casi nunca con un sentimiento espiritual, sino con los previsibles circuitos turísticos, que pueden incluir en un mismo paquete catedrales góticas, pagodas budistas, restos de la antigüedad pagana y hasta cementerios acreditados. ¿Significa eso que lo espiritual está de capa caída? ¡Todo lo contrario! Jamás se había apelado tanto como ahora a esa noción, hasta el punto de haberla devastado semánticamente. Incluso han vuelto los rituales alimentarios más estrictos en forma de sacralización de los productos macrobióticos (es significativo que lo esotérico y lo integral se encuentren tan cerca en las estanterías de las tiendas new age).Y, por supuesto, no hay ningún otro momento en la historia de Occidente donde se hayan escuchado tantas cantatas, oratorios y motetes de carácter religioso como ahora. No perdamos de vista que a mediados de los 90, los austeros monjes de Silos competían con Madonna y Prince en el top ten.
- Descontextualización. En consecuencia, resulta absurdo, o cuando menos desenfocado, entender que nos encontramos ante un retroceso de las manifestaciones espirituales. La situación es otra. Nos hallamos más bien ante la descontextualización y la pérdida de unidad -y, por tanto, de sentido original- de esas manifestaciones, pero en ningún caso ante un verdadero proceso de secularización. Resumamos la paradoja en una imagen: el número de feligreses desciende a la misma velocidad con que aumentan los compradores de molinillos de oración tibetanos, de incienso hinduista o de la abigarrada parafernalia de la santería caribeña. Joan Estruch afirma que «hemos interpretado muchas veces como secularización lo que no era -no es- sino una metamorfosis de la religión de nuestro tiempo». Hay cada vez más personas que se alejan de la ritualidad de su propia tradición religiosa, pero no, en términos absolutos, del apego genérico a la idea misma de ritualidad, o a la cercanía de símbolos religiosos o pararreligiosos (casi nunca reconocidos o asumidos como tales). Muchos clubs de fútbol reciben cada año peticiones para que las cenizas de ciertos aficionados puedan ser depositadas al lado de la portería, mientras suena -¿solemne, sagrado?- el himno de su equipo de toda la vida (y de toda la muerte).
- Esas nuevas formas de ritualidad, ¿son un síntoma de secularización o bien de un sincretismo emergente, sin duda extraño e incluso grotesco, pero en cualquier caso relacionado con la cultura de masas? Es difícil discernir una respuesta coherente, pero muy fácil hallar el origen último del entuerto. Ilustración y secularización son conceptos inseparables. Gianni Vattimo se pregunta, incluso, si la Ilustración es sólo un mero episodio en el largo proceso de secularización de la cultura occidental. Los ilustrados, y más tarde sus nietos positivistas, llegaron a creer que las personas abandonarían las catedrales para asistir en masa a los ateneos, pero resulta que no fue así. Las catedrales y los ateneos están hoy preocupantemente poco concurridos. ¿Dónde ha ido a parar toda esa gente, pues? ¿Dónde están? Los encontraremos consultando a nigromantes por teléfono, encendiendo velitas de colores para neutralizar las energías negativas, esperando el mensaje de los ovnis, haciendo meditación trascendental, leyendo el horóscopo o curándose gracias a los poderes de las gemas. El consumo turístico de productos religiosos, la insólita proliferación del esoterismo (véase la temática de los últimos grandes best sellers), el cada vez más preocupante marasmo de las medicinas alternativas o el orientalismo de la cultura newage tienen poco que ver con la Ilustración, ciertamente, pero quizás menos aun con la noción de secularización.
FERRAN SÁEZ MATEU
La Vanguardia, 27/03/2005