Sociólogos y medios de comunicación han bautizado así a la generación actual de jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 24 años, y la han llamado así porque se caracteriza, al parecer, por no estar ni estudiando ni trabajando. Se aducen razones de apatía acompañadas de un entorno sociocultural tan cambiado, revolucionado, que el personal no sabe bien a qué atenerse.
Ha cambiado el viejo cliché de “tú qué quieres ser de mayor” porque la realidad laboral ha reducido enormemente las posibilidades de una concreción laboral para toda la vida. Este hecho en sí no tiene por qué ser malo porque podría suponer una liberación de esa esclavitud a un único puesto de trabajo y, por tanto, a una única actividad durante toda la vida laboral.
Sin embargo, el escenario del trabajo “en mosaico” no se ha materializado, con lo que no hay un amplio abanico de posibilidades sobre las que ir navegando, sino que lo único que hay es trabajo muy precario en el que una persona puede deslizarse muy fácilmente hasta la categoría de “pobre con trabajo”. ¿Y dónde queda aquí la propia identidad de las personas? Ya sé que esto nunca ha importando en los despachos donde se deciden las cosas, donde se piensa en los semejantes como si fueran meros rebaños de ovejas. Esa pregunta tradicional de “tú qué quieres ser de mayor”utilizaba el verbo ser cuando en realidad quería significar “hacer”. Sí, es verdad que el hacer va relacionado con el propio ser, pero no es menos verdad que el ser de una persona va evolucionando conforme va cumpliendo años. Lo que un chaval de 14 quiera ser y hacer de mayor puede coincidir con lo nuclear de su propia identidad, pero lo más probable es que esa proyección sea errónea por la sencilla razón de que esa persona es aún muy inmadura.
El chaval adolescente y el joven veinteañero constatan un día sí el otro también que a nadie le importa su propia identidad, lo que va descubriendo de sí mismo, por dónde van sus inquietudes, sus intuiciones… Nada, el entorno le dice que espabile y que entre por alguno de los caminos prediseñados. Pero es que hoy no le puede ni siquiera decir eso, porque los caminos prediseñados se han desdibujado. Entonces el discurso se vuelve mucho más agresivo: “Chaval, compite como puedas, que hay mucho menos donde repartir que antes y la cosa está cada vez más reñida”. Claro, en esa pugna a muerte logran conseguir un pedacito del pastel aquellos que han llegado a unas posiciones más o menos competitivas, fundamentalmente, en el sistema educativo. Quien ha ido medio bien en los estudios, alberga alguna esperanza de quedarse con alguna parte de ese pastel. El resto se reparte la desesperanza, el cabreo existencial y la violencia. Desesperanza, cabreo y violencia que, sin duda, rebotarán de una u otra manera en los “integrados”, como ocurre en la mayor parte de los países de mundo, donde las políticas de cohesión social no existen ni en la imaginación de los más atrevidos…
Los que definen a la generación Nini hablan de un cambio de tendencia en el nivel de vida, que por primera vez en varias generaciones (pocas en España) los hijos van a vivir peor que sus padres. Algunos hasta le echarán la culpa a la generación Nini de haber creado unas expectativas imposibles de hacer realidad. Esta es una comprobación más de cómo una sociedad enloquecida y embriagada en una supuesta opulencia puede sembrar la violencia durante varias generaciones. Habiéndose puesto el listón en el nivel de consumo y despilfarro de la época del último episodio del ladrillazo, no es de extrañar que esa generación Nini de ahora, y algunas más que le sigan, vivan muy cabreadas por el “paraíso” que se les ha arrebatado.
En las manos de esta generación y de las que vengan detrás está el cambio de estilo de vida, menos consumista, no despilfarrador, más ecológico y mucho más solidario. La única guerra para la que tendrán que prepararse en el futuro será la guerra contra los posibles efectos adversos de la aceleración del cambio climático. Y en ese contexto el género humano sólo tendrá una salida: aliarse hasta límites insospechados para sobrevivir como especie ¡todos! lo más dignamente posible.
Jesús G. Alcantara
Alandar, 267, abril 2010