Lectura orante del texto bíblico:
La ofrenda de la viuda (Lc 21, 1-4)
Señor, con los bolsillos deshilvanados por el peso de tanta calderilla;
con la conciencia adormecida por el peso
de “mis obras de escaparate” (de cara a la fachada);
con mi vida anestesiada por el peso de mis plegarias
de cumplimiento (cumplo y miento)…, hoy, desde la pobreza de mi corazón,
quiero acercarme al templo de tu vida, al templo sagrado de mis hermanos,
para ofrecerte la limosna verdadera, la que surge de un corazón generoso y desprendido:
La moneda del perdón (con borrón y cuenta nueva)
para el que me ha traicionado por tercera, cuarta o quinta vez.
La moneda de la compañía (sin estar mirando continuamente el reloj)
para el que vive solo y me hace perder mi valiosísimo tiempo.
La moneda de la tolerancia (desde el respeto y la comprensión)
para el que piensa y obra tan diferente a mí.
La moneda de la ayuda (fiel y desinteresada)
para el que no puede o no quiere devolverme el favor.
La moneda de la escucha (sin revisar mi pulcra y ordenadísima agenda)
para el que necesita, simplemente, desahogarse.
La moneda de la verdad (aunque duela y me complique la vida)
para el que se está engañando y evita mis reprimendas.
La moneda de la paz (de la otra mejilla)
para el que me levanta, tan a menudo, la voz y los puños.
La moneda del amor (en mayúsculas)
para el que sigue dándome una calabaza tras otra.
La moneda de mi vida (sin echar mano de la calculadora)
para las personas que Tú, Dios mío, sigues poniendo en mi camino.
Señor, ayúdame a no guardarme nada, a poner, gratuita y desinteresadamente
los talentos, las monedas que Tú ingresas cada día en mi corazón.
Ayúdame a gastarme y desgastarme por mis hermanos más desfavorecidos,
a entregarles (se acabó la calderilla) todo lo que tengo
y, en especial y gracias a Ti, todo…, ¡todo lo que soy!
José María Escudero