LA LUPA DE DIOS

1 abril 2013

Cuento para los incrédulos, realidad para los creyentes.

Cuando Jesús resucitó, los apóstoles, no sin dificultad (“¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”), empezaron a entender tantísimas cosas que hacía bien poco les parecía de una enorme complejidad…

  • Fue así como las primeras comunidades cristianas descubrieron a Jesús en todo lo que hacían, decían, pensaban y sentían (El grupo de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado). Comprendieron que Jesús, al resucitar, les había entregado el mejor de los regalos: un nuevo dispositivo a la altura del pecho para ver y reconocer a Dios vivo en cada persona que se cruzara por su camino.
  • Fue así como vieron nuevamente al buen samaritano atendiendo al mismo Dios herido en la cuneta. (¿El sacerdote? ¿El levita? ¡Por obra y gracia de “la lupa de Dios” habían desaparecido!)
  • Comprendieron igualmente cómo en las bodas de Caná o en la multiplicación de los panes y los peces aparecía agrandado, mediante la lupa de los resucitados, el gesto de los siervos que llenaron las tinajas de agua o el niño que compartió sus cinco panes y sus dos peces…
  • También, y gracias al nuevo dispositivo, vieron con claridad el gran tesoro que echaba la viuda al cestillo o, cómo, por ejemplo, el pecado del hijo pródigo o la actitud del hermano mayor habían sido reducidos hasta proporciones diminutas y, en cambio, el abrazo, la acogida y la misericordia del Padre se veían con una gran nitidez…

Y así, queridos amigos, podíamos continuar y reescribir nuevamente el Evangelio, la Buena Noticia que, a partir de la resurrección del Señor, cobra un nuevo sentido…

Y así, queridos amigos, dos mil años después, Jesús sigue vivo y presente en cada uno de nosotros, sus hijos. Si no le veis, si no le sentís, si vuestra vida tiene más de vía crucis que de vía lucis, si la palabra de Dios la seguís leyendo y meditando pero no viviendo, seguramente necesitéis la lupa de Dios, la lupa de los resucitados (un corazón nuevo, vivo, resucitado). De esta forma empezaréis a ver y a descubrir a Cristo caminando para siempre a vuestro lado.

José María Escudero

 

 

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