Las chicas de los Backstreet

1 noviembre 1999

Faltan dos semanas para que actúen los Backstreet Boys y ya hay un centenar de adolescentes acampadas a las afueras del estadio. Oí la noticia e inmediatamente me personé en el estadio: una algarabía de muchachas en acampada no es espectáculo que se vea todos los días. Podría haberme espe­rado una semana porque entonces, cuando sólo falten siete días para el concierto, en vez de 100 va a haber 500 muchachas des­granando el tiempo que falta para entrar en el estadio, aullar, arrancarse las blusas, dejar que una lipotimia las suma en un agradable duermevela.

Tienen 13,14,15 años, sólo hablan de los avatares íntimos de sus ídolos y de cómo han engañado a sus padres que están con­vencidos de que sus chichas han ido a la piscina o cuidan a los hijitos de la hermana mayor de una amiga. Si les preguntas có­mo pueden resistir el fuego que cae del cie­lo, se hinchan de orgullo, el mismo que de­ben sentir los soldados que creen en la pa­tria poco antes de que comience una bata­lla. Es el vértigo fantasmal de la espera. Pe­ro ¿qué esperan? Además del concierto de sus ídolos, además de la inocente soberbia de poder contar dentro de tres semanas que ellas estuvieron allí, ¿qué están espe­rando? Podemos considerarlas bobas en

grado sumo, pero es una tentación muy simplista. En el fondo las envidio. Y las en­vidio no porque uno quiera ser una de ellas, sino porque repasando los ídolos que han ido forjándolo a uno, me doy cuenta de que por nadie hubiera yo soportado lo que otras chicas soportan. En realidad, me he acercado a verlas, no porque me parez­ca inverosímil lo que hacen, sino porque se han inventado una guerra en la que parti­cipar, han concebido a alguien a quien ele­var a ser supremo, cosa que está muy lejos de mi alcance. No se me escapa que todo esto es una simple cuestión de publicidad y sexo, que lo que cualquiera de estas chi­cas anhela es perder la virginidad con uno de esos cantantes, pero aun así: que sea in­decente lo que hacen no empeña su condi­ción de creyentes acérrimas. Y un creyente es siempre entrañable: alguien que, por definición, se limita a inventarse lo que ig­nora, a soñar. Un día despertarán de ese sueño y los posters que ahora ondean en las afueras del estadio se habrán converti­do en banderas que han perdido sus colo­res. En el fondo son unas nacionalistas, es decir están en ese tránsito que separa la guardería de la vida.

 

JUAN BONILLA «El Mundo», 4.6.99

 

 

 

Para hacer

 

1.  El verano fue testigo de lo que se comenta en este artículo (Desde ahí se entienden algunos comentarios), pero puede suceder cualquier otro día. ¿Qué opinamos nosotros de ese fenómeno?

2.  ¿Qué esperan? ¿Qué esperamos nosotros? Comentarlo también con los padres: ¿Qué hicieron ellos y qué encontraron? ¿Cómo lo ven ahora?

3.  ¿Qué proceso de idolización se ha seguido? ¿En qué sentido son «creyentes»? ¿Cómo nos convertimos en «creyentes» y adoradores de esos ídolos?

4.  ¿Cómo inventamos nosotros lo que ignoramos? ¿Cuáles son nuestros sueños?

5.  Escribir al autor de la carta y escribir a las chicas de la cola: lo que nosotros pensamos, lo que nosotros queremos, lo que a nosotros nos da sentido…

 

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