Letanías recordatorio para el predicador de las bienaventuranzas

1 abril 1998

En Pascua o en Cuaresma, en todo tiempo y lugar, los predicadores de las bienaven­turanzas (entiéndase educadores en general, animadores de grupos, profesores…) po­demos caer en la tentación de predicar sin dar trigo. He aquí algunas actitudes, adap­tadas de un texto de José María Cabodevilla, por las que podemos pedir perdón, valentía para librarnos de esas tentaciones o fortaleza para incorporar las actitudes nuevas en nuestra acción.

 

  • Señor, ten piedad de nosotros y líbranos de todo mal

-Porque hemos predicado lo que no hemos sido capaces de cumplir. -Porque, frente a las injusticias del mundo, no hemos elevado nuestra protesta.

– Porque hemos sustituido la esperanza del Reino por fáciles promesas huma­nas.

– Porque hemos sido muchas más veces cómplices que víctimas.

– Porque, en vez de ajustar nuestra vida a las bienaventuranzas, hemos adap­tado las bienaventuranzas a nuestra vida, reemplazando:

  • la pobreza de espíritu por el desa­pego espiritual;
  • la mansedumbre, por la inhibición;
  • la compasión, por unas fórmulas de condolencia;
  • la misericordia, por el rito de la ab­solución;
  • la limpieza de corazón, por el cora­zón inactivo;
  • el amor a la paz, por la tranquilidad de conciencia.

Líbranos, Señor

– De la rutina.

– De las ideas preconcebidas, de los es­quemas trillados y de los sermones predicados la cuaresma pasada.

-Del halago a los pobres, del resenti­miento contra los ricos y del error de considerarnos pobres.

– De la crueldad de herir a alguien in­necesariamente, de la falsa caridad de no querer lastimar nunca a nadie.

 

  • Te rogamos, óyenos

– Que no caigamos en la tentación de ocultar una sola palabra tuya, y que no caigamos en la tentación de dar co­mo palabra tuya una palabra nuestra.

– Que sepamos escuchar antes de res­ponder, que aprendamos a callar en presencia de un gran dolor; que cuan­do nos piden pan, no les demos una piedra o una doctrina.

– Que nunca nos creamos suficiente­mente pobres o innecesariamente per­seguidos.

– Que nuestras palabras no queden por debajo del evangelio y que tampoco vayan por delante de nuestra fe.

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