LOS JÓVENES, DIOS Y LA FAMILIA

1 marzo 2003

Hoy no tengo el encargo de comentar ninguna aventura, ningún problema creado por los adolescentes de nuestra sociedad, lo cual es un alivio. Sin embargo, buena parte de las horas de asueto de este fin de semana me ha tocado emplearlas en seguir escribiendo de ellos y ellas.

Hasta dediqué parte de mi tiempo de espectador televisivo a un debate adolescente. El programa acabó con una pregunta a seis de ellos sobre si creían en Dios.

Las páginas que escribí se refieren a cómo ven a sus familias, cómo describen la convivencia en el hogar. En la mayoría de estudios sobre la juventud de la última década se han comprobado dos cuestiones: el avance de las visiones laicas de la vida y la confianza en el núcleo familiar. Ambas, sin embargo, necesitan de nuevas lecturas, tienen nuevos argumentos.

Carece de sentido repetir que las familias no educan o que fracasan. Es simplista decir que han sustituido a un dios por otros dioses del consumo.

Cinco de los seis adolescentes televisivos contestaron con rapidez y contundencia que no creían en Dios. Tal como respondieron era como si les preguntasen por algo lejano a sus mundos. Parecían sensatos, buenos estudiantes, con implicaciones en la sociedad. Simplemente, estaban aprendiendo a pensar sus vidas razonando, sin buscar seguridades falsas. Aunque no lo parezca, tenemos adolescentes que piensan. No se les ha contagiado el vicio de no hacerlo que rodea a muchos de sus mayores.

¿Andan entonces desamparados, sin creencias? Ciertamente tienen otras seguridades e inseguridades, a veces otras dependencias. Parte de las primeras las encuentran en sus casas. Depende de la relación que tienen con las personas de su hogar. Pero si el panorama que describíamos antes nada tiene que ver con el dominio social del catolicismo, el del hogar no pasa necesariamente por un papá y una mamá, pareja estable y feliz que educa con autoridad y simple transmisión de valores.

La mayoría de los adolescentes encuentra seguridad y afecto en casa, comparten un buen nivel de confianza y comunicación. A veces, eso lo hace una madre sola, otras, dos padres del mismo sexo. Mayoritariamente sólo reclaman vivir sintiéndose queridos y discutiendo nuestras propuestas.

 

Jaume Funes, Psicólogo

El periódico, 20.1.03

 

Para hacer

1.  Partir del título antes de leer nada. ¿Qué decimos nosotros?

2.  Leer después este artículo. ¿En qué estamos de acuerdo? ¿En qué estamos en desacuerdo?

3.  ¿Cómo vivimos nosotros estos temas?

 

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