Oración de la basura

1 julio 1997

Esta tarde, Señor,

pisamos la basura.

Ha sido toda una lección.

Incontables bolsas de basura: restos de comida, botellas, latas

y todo aquello que quedó en desuso,

pasó de moda

o no tiene ya inmediata utilidad.

 

Es como si el progreso, oh Dios,

produjera esta sociedad del desperdicio.

Ya no damos la vuelta al vestido,

ni reparamos la lavadora estropeada,

los tiramos a la basura,

y los sustituimos por otros nuevecitos.

 

Señor, el recorrido de esta tarde

fue la parábola viviente:

producimos para consumir.

Me acordé del escritor:

«Todo se vuelve cosa que se compra,

se usa y se tira al basurero»,

hasta los sentimientos, las ideas, el amor

y las personas, a veces son objetos

que tiramos a la bolsa de la basura.

Quizás, el mejor símbolo

de esta sociedad

sea una bolsa de basura.

 

Y nosotros, casi delicadamente,

fuimos cogiendo y recogiendo la basura

que otros tiraron.

¡Bonito oficio, Señor!

No uno solo, todos juntos

hicimos comunión para recoger lo tirado,

lo roto, lo dejado, lo inútil, el desperdicio.

 

Y miré el basurero humano

que hemos construido con tanto cinismo,

y mi basurero personal

que escondo en un rincón de la conciencia.

Así lloré, al pensar, Señor,

en la cantidad de gente que consideramos

desperdicio de este mundo:

drogadictos, parados, delincuentes,

alcohólicos, mendigos, extranjeros,

minusválidos, ancianos, torpes,

analfabetos, pueblerinos, patanes,

deprimidos, raros, antipáticos,

feos y pobres de solemnidad.

 

Oh Dios, tú no desechas

el desperdicio del mundo.

Lo que nosotros consideramos basura

tú lo arropas con tu amistad.

Y hemos construido un gran basurero

precisamente con aquellos

-qué paradoja­-

que son tus preferidos.

 

Pero también observé, Señor,

más que el verdor de los prados

y la luz esplendorosa de la tarde,

el paraíso que formaban

tantos niños y adolescentes.

Ellos representan la armonía del mundo soñado:

calor de esfuerzo, brisa y alegría,

frescor de esta acción comunitaria.

Entendí, lo que tantas veces Jesús

con parábolas ecológicas nos dijo:

 

«Sois como sarmientos unidos a la vid».

«Sois como semilla de mostaza, tan pequeña pero

luego tan grande como un árbol.»

 

Luego en la plaza,

comprendí mejor que, esta tarde,

éramos los árboles,

que en semilla sembraron catequistas.

Traje a mi memoria lo del profeta:

«Los que ponen su esperanza en ti, oh Dios,

son como árboles plantados junto al agua,

que alargan sus raíces hacia la corriente;

nada temen cuando llega el calor,

en año de sequía no se inquietan

ni dejan de producir sus frutos» (Jer 17,7).

 

Y te rogué

que a estos árboles tan jóvenes

tu Espíritu oxigene sus hojas

y haga posible el brote

de nuevas yemas y flores.

 

Mientras intento orar esta tarde, Señor,

me digo, al fin, con el poeta:

«Corazón mío, calla tú,

que estos jóvenes árboles

son oraciones» (R. Tagore)

También te puede interesar…