Otra juventud

1 junio 2001

¿Qué es lo que se propone doña Mercedes? Si lo suyo es ganar dinero, como siempre, que se invente otra cosa. Gran Hermano fue el truco del 2000, pero es peligroso vender más de lo mismo. Más horteras sin papeles, más cachondas sin enganche, más silencios sudorosos de gente a quien no se le ocurre nada, de una juventud que, por lo visto, ha sido seleccionada entre miles de españoles. Sin duda, pero seleccionada por abajo.

Porque la juventud es naturalmente imaginativa, ocurrente, ingeniosa, creativa. Hay que buscar mucho, hay que seleccionar muy duro para quedarse con la docena o la media docena más torpe, burda, lentorra, ágrafa, plasta y paliza del país. No saben más que depilarse las cejas unos a otros, y ni siquiera le ponen a la cosa el mínimo erotismo que emana de todo juego con el vello o con el pelo. Hay un clima de cama y platos sucios, una pesadumbre antiecológica que emanan los más torpes de la clase, que son todos. Entiendo que un chico o una chica con el coco vivo y algún proyecto de vida no va a perder tres meses bostezando o fornifollando delante de las cámaras secretas que todos sabemos dónde están. La maña de los amores repentinos ya no funciona porque se ve mejor en la vida, en la calle. La calle es más actriz.

Ni siquiera son gente corriente. Son gamberros y gamberras sin gracia, elegidos entre la juventud desideologizada, muy lejos de cualquier nivel universitario y con una pulsión tribal por rascarse los pies en el kindergarten de doña Mercedes.

La Milá, por su parte, no sabe que va siendo devorada, deglutida por el programa que quiere deglutir España. Cada día está más institutriz antigua de colegios laicos que ya no existen. Los soles del Gran Hermano le han resecado la piel del alma. Al andar cruje toda ella como una gabardina de los cuarenta, y al hablar nos convierte a todos en unos párvulos jurdanos.

Hay un clima de tarde de domingo fallida, hay una temperatura intelectual de estación de cercanías por donde no pasa ningún tren. Sólo les falta, a las chicas o a los chicos, pintar pililas en las paredes o escribir «Viva Pili», cuando aquí nadie se llama Pili. Todo viene de experiencias lejanas y afortunadas. A puerta cerrada, de Sartre, El ángel exterminador, de Buñuel, Esperando a Godot, de Beckett. Pero allí había un verbo vivo, unos seres complicados y bucales, una tensión ambiental de crimen colectivo, un vacío existencial que se sostenía en equilibrio, una dialéctica de la nada. La experiencia, con personal inteligente o un gran guionista detrás, siempre funciona. Con estos «sin papeles» y sin papel o rol, sólo funciona el bostezo.

Mercedes Milá, que siempre ha ido de intelectuala, cree en su experiencia sociológica e intelectual, o hace como que. Pero los del porro y el calimocho, los de la mochila y el condón de cresta, lo hacen mucho mejor en su fin de semana, encerrados en plena libertad, ebrios de libre albedrío, como les he visto la otra noche por Fuencarral. El consuelo de mi veteranía es que me saludan marchosos. Y ellas. Para tales experimentos, Merche, la mejor reclusión es la libertad.

 

Francisco Umbral, «El Mundo», 3.4.01

 

El texto es suficientemente claro. Analizadlo. ¿Por qué a muchos les puede el «Gran Hermano»? ¿Hay, de verdad, otros jóvenes, otra juventud más allá de esta u otras imágenes tópicas? ¿Cómo es la juventud? ¿Cómo somos nosotros?

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