Parejas de hecho

1 julio 1997

Las luchas sociales pueden clasificarse en dos grupos: las que tienen como finalidad con­seguir el poder, y las que aspiran al reconoci­miento de un derecho.

Las guerras territoriales y económicas, los golpes de Estado, las luchas de facciones, son ejemplos del primer grupo, éticamente despre­ciables.

A la segunda clase, en cambio, pertenecen las luchas que han impulsado nuestro progreso moral: la lucha contra la esclavitud, contra la in­defensión procesal, contra la tiranía, contra las desigualdades injustas.

En muchas ocasiones, el grupo que pretende ver su derecho reconocido acaba pensando que la única forma de conseguirlo es mediante el poder. La reclamación de un derecho se con­vierte así en lucha por el poder político.

La pugna por un derecho suele ir precedida de un sentimiento de indignación, lo que entur­bia lógicamente el debate. Ya no se trata de col­mar una aspiración justa, sino de vindicar agra­vios previos. Así ocurre en el tema del naciona­lismo, en parte del debate feminista, y, última­mente, en la reclamación de una ley sobre pare­jas de hecho.

Para decir algo sensato sobre estos temas hay que saber con exactitud lo que se reclama. Si se pide un reconocimiento o una vindicación. Me ceñiré al último caso mencionado.

Los colectivos de gays y lesbianas han pro­testado contra el proyecto de ley de parejas de hecho porque creen que admite una parte de sus reclamaciones pero convirtiendo las parejas en sujetos de un contrato, sin equipararlas a las familias. ¿Qué hay detrás de esta pretensión? Más que un interés legal, les mueve una reivindi­cación social. Piden dos cosas:

  • En primer lugar, el reconocimiento de ciertos derechos civiles (laborales, prestaciones de la Seguridad Social, sucesiones, etcétera). Este asunto creo que tiene fácil solución.
  • En segundo lugar, piden que el legislador se pronuncie sobre el tema de las preferencias sexuales. Y en esto creo que el legislador no es competente. Ni para pronunciarse a favor ni en contra.

Mezclar legislación sobre matrimonios o sobre parejas con la legislación familiar me parece un error. Ambas se refieren a derechos distintos […].

Mi propósito es llamar la atención sobre estos debates abiertos, y hacer cuatro advertencias.

Primera: todas las reclamaciones de derechos han de ser estudiadas con cuidado, porque gra­cias a esos debates hemos progresado moral­mente.

Segunda: la mezcla de exigencias de derecho y lucha política oscurecen el debate. Y por su­puesto lo imposibilitan si aparece la violencia.

Tercera: sería deseable separar la reivindica­ción de un derecho de las experiencias de humi­llación que la han motivado. Es decir, distinguir las razones y los sentimientos, asunto, por su­puesto, de enorme dificultad, sobre todo para los que se sienten ofendidos.

Cuarta: todos los que no estamos afectados por una concreta reclamación de derechos de­bemos colaborar para que se debata el tema «sine ira et studio», sin concesiones apresura­das y sin rechazos injustificados. Haciendo un esfuerzo por librarnos de los prejuicios en que todos intentamos refugiarnos. Convirtiéndonos en una especie de argumentadores imparciales.

Al menos ese deberá ser el papel de los espe­cialistas en ética, cuando sepamos lo suficiente.

José Antonio Marina

 

 

 

PARA HACER

  1. José Antonio Marinasalía al paso en «ABC» de la nueva realidad social -y política- de las parejas de hecho. ¿Qué recalcamos de lo que dice? ¿En qué estamos de acuerdo y en qué no? ¿Qué valora­ciones aporta y cómo ilumina esa realidad?
  2. ¿Afecta algo a los jóvenes el caso de las parejas de hecho? ¿Qué cree que haría o hará cada uno?

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