¿puedo quedarme a vivir aquí?

22 enero 2018

Una chica de mi centro juvenil, en una de las charlas informales que los monitores tenemos con los chavales en el tiempo de acogida, me ha hecho darme un baño de realidad al hacerme esta pregunta inesperada entre los comentarios de los demás preadolescentes: “¿Puedo quedarme aquí a vivir?”.

Yo, pensando que era el típico comentario de cualquier chico de sexto y con mi facilidad de hacer de todo broma y chiste, le he respondido que por la noche la sala del centro juvenil es un lugar demasiado oscuro para una chica de 11 años. Sin embargo ella, regalándome una sonrisa, pero con unos ojos de esos que te atraviesan por su inesperado brillo de madurez, me ha respondido unas palabras que hacen que comprendas la importante labor que Dios pone en nuestra mano cada día: “Esto por la noche no puede ser más oscuro que lo que yo vivo en mi casa. Aquí me olvido de mis problemas”. Mi cara cambió de expresión, y la conversación continuó en un rincón apartado de la sala.

A raíz de esta situación me ha surgido una pregunta: ¿Cuántas veces a lo largo del día se nos pasan oportunidades de ayudar, porque no dedicamos tiempo a los que están a nuestro lado suponiendo que les va todo bien? Después de reflexionar y rezar por esta niña, me doy cuenta de que sigo aprendiendo mucho más yo que los destinatarios en mi labor de animación.

En muchas ocasiones, obsesionados con preparar al detalle las actividades, se nos pasa el tiempo de acogida sin entablar la más mínima conversación con los chavales. No nos damos cuenta de que la mayoría viene a ESTAR con nosotros, no a HACER supermegaactividades, que lo que quieren es un oído amigo que les escuche y un buen clima de relación. Por eso, y aunque no soy muy amigo de los propósitos de Año Nuevo, me propongo el siguiente: compartir unas palabras con los chavales en el tiempo de juego libre del centro juvenil, sin dejarme llevar por la vorágine de preparación de lo siguiente. A ver cuánto me dura…

Para terminar, al hilo de la conversación que tuve con la niña de mi centro, no puedo dejar de recordar hoy, en el día de su fiesta, a la beata Laura Vicuña, que llegó a llamar a su colegio “mi paraíso”, por la dura situación que vivía en su casa y por el amor que encontró en este de la mano de las salesianas, sus compañeras y sus maestras. ¡Ojalá nuestros centros juveniles también hoy, sean auténticos paraísos para los jóvenes que lo están pasando mal! Yo ya tengo un propósito para mejorar… ¿Tú te animas a mejorar en algo?

IVÁN POZA MALDONADO / Coordinador del IEF del Club de Amigos Sansomendi (Vitoria-Gasteiz)

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