Cada cierto tiempo, los gestores del sistema televisivo se ven obligados a inventar y lanzar una nueva fórmula de programación, que se adivina una potencial gallina electrónica de huevos de oro mediáticos. Ya nadie se acuerda de la llamada «televisión hamburguesa», que nació en Estados Unidos en 1988, y que tras un despegue fulgurante de bajezas acabó en el cubo de la basura. Y ahora mismo causan furor en México los que allí llaman pintorescamente talk shows y que no son más que grupos de discusión que acaban con insultos y trompazos entre los contertulios. Y la irrupción en nuestro espacio hertziano de las telenovelas Cristal, Dallas, Dinastía y Los Colby marcó una época de teleadicción compulsiva, aunque sus pasiones, fingidas por actores profesionales, acabaron por claudicar ante las pasiones auténticas de losreality shows, en los que las lágrimas, la sangre y el semen eran de verdad, conveniente monitorizados por Paco Lobatón en ¿Quién sabe dónde?, antes de que Pepe Navarro le sacase un copioso jugo cadavérico a la tragedia de las niñas de Alcásser torturadas y asesinadas. Y cuando la Tele 5 de Silvio Berlusconi desembarcó en nuestros pagos, su fórmula golosa de mulata-moviendo-el-culo pareció sólidamente imperecedera. Si existe algo efímero en la cultura de masas, es lo que Ignacio Ramonet ha llamado la «golosina visual», que ni siquiera deja un soporte conservable y consultable, como lo dejan las revistas, periódicos y discos. Su programación -que constituye un verdadero cliché para los ojos- es como el humo, que se lleva el viento.
La última temporada televisiva ha estado marcada por el ciclón de Gran Hermano, cuyo mérito mayor radica -y no es poco- en que se trata de la primera fórmula televisiva que Europa ha conseguido vender a Estados Unidos. La idea de esta fórmula, y la de sus descendientes, es bien simple. Se asienta en un pacto interesado (por los premios y la popularidad) entre el exhibicionismo rentabilizable de unos cuantos y la voracidad mirona del público, que convierte las telepantallas domésticas en agujeros de cerradura.
A la gente le gusta espiar vidas ajenas, como explicó maravillosamente Hitchcock en La ventana indiscreta, sobre todo si estas vidas no son ficciones ideadas por guionistas ni escenificadas por actores profesionales. Por esta razón, precisamente, los reality shows mordieron con tanta fuerza el espacio y la audiencia de los culebrones: eran patios de vecindad de tamaño nacional. Las pasiones de la ficción son rutinariamente previsibles y están controladas por los censores. Se supone que las pasiones de la vida real, en cambio, no nacen de la planificación de guionistas ni de las cautelas de los censores y están abiertas, por ello, a lo imprevisto y a la transgresión: todo puede ocurrir en su marco espontaneísta. De ahí, también, la inmensa popularidad de la mal llamada prensa del corazón, que en rigor debería llamarseprensa braguetera -pues de eso se trata: de saber quién se acuesta con quién- y que últimamente ha desplazado su centro de gravedad desde el papel impreso a las pantallas televisivas.
En el caso de programas televisivos del tipo Gran Hermano, el telespectador goza además de la ventaja suplementaria de poder ser testigo, por demás, de la transgresión en directo, en el mismo momento de producirse, asistiendo al flujo de la vida en el acto de gestarse y de discurrir. (…)
Según me dicen, hay alguna transgresión más en sus series sucesoras, que transcurren en un autobús o en una isla, pero, pese a ello, sus audiencias han decaído, víctimas de la cruel entropía que gobierna fatalmente los ciclos televisivos. Ni los culos desvelados, ni los besos de lengua o los magreos consiguen levantar demasiado la curiosidad (o la libido) de la audiencia, cada vez más inapetente. ¿Será una señal de madurez intelectual? No lo es. Es, simplemente, la enésima comprobación del principio de obsolescencia del sensacionalismo audiovisual formateado para una economía de escala (…)
RoMAN GUBERN «El País», 30.9.2000
Para hacer
1. Muchos adolescentes y jóvenes siguieron entusiasmados las aventuras de Gran Hermano. ¿Qué hizo cada uno? ¿Por qué? ¿Qué queda de aquello? 2. ¿Cómo nos dejamos llevar por el «sensacionalismo audiovisual»? Comentar las ideas de este autor y ver cómo actúa cada uno. |