Tintoretto y sus retratos

3 octubre 2018

Tengo delante el Catálogo de la Exposición de Tintoretto del ya lejano 2007, en Madrid. Recuerdo cómo en aquel día de mayo se arremolinaba la gente ruidosamente delante de los cuadros. Era una atmósfera propia de centro comercial. Solo las pinturas de Tintoretto me recordaban desde su silencio lejano que estábamos en el museo del Prado.

GORKA LEJARCEGI (el país)

No sé mucho de pintura, y me dejé llevar en ese momento por mis sentimientos. Las composiciones de gran tamaño de tema mitológico o religioso, que ahora contemplo de nuevo en el catálogo, deben poseer su mérito en la historia del arte: Tintoretto es el último gran pintor del renacimiento italiano. Desde su tradición veneciana es considerado como un precursor del barroco por la audacia de su composición, por el dinamismo que imprime a sus figuras, por el uso dramático de la luz y por sus sorprendentes efectos de perspectiva.

Recuerdo que no experimenté ninguna emoción ante esos grandes cuadros. Me dejaban frío.

Ante sus retratos, sin embargo, me sentí profundamente conmovido: rostros concretos, iluminados por la serenidad, o marcados por el cansancio de los años y por la amargura de la existencia, ojos en los que se percibe tristeza, ambición, deseo, altivez, bondad, desencanto. Tintoretto sabía mirar. Y supo también mirarse.

Ahora observo, uno al lado del otro, su autorretrato de joven y su rostro de anciano atormentado, cansado, todavía inquieto, de ojos oscuros en los que ya han desaparecido la curiosidad, la fuerza y la decisión de sus ojos de juventud.

Es difícil contemplarse con paz, con realismo, sin mentiras. El espejo de nuestros deseos nos engaña con frecuencia y escasea el valor para enfrentarse con la imagen real de la que sólo otros pueden haber descubierto algún rasgo de verdad.

¿Qué somos? ¿Caña agitada por el viento, brizna de hierba, gota de rocío, grano de arena arrastrado por la bajamar? Queremos ser eternos, deseamos ser amados para siempre. Y nos sentimos flotando en el espacio sostenidos por fuerzas incomprensibles: la vida y el azar, condicionamientos, influjos, presencias y ausencias, experiencias, ansias, al borde siempre del agujero negro de la nada. Nuestra vida es un largo camino de búsqueda y descubrimientos, de deseos y frustraciones, de momentos luminosos y felices, de noches oscuras y frías, un camino que atraviesa paisajes deslumbrantes y páramos desoladores.

Somos un misterio para nosotros mismos.

Creo que solo a la luz del Misterio de Dios podremos contemplarnos como somos, sin mentiras, con autenticidad. Definitivamente.

Antonio Jiménez Ortiz

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