«Todo a cien» y la butique

1 septiembre 2001

Las tiendas «Todo a cien» no entran en el denominador antiguo de «barraca de baratijas». Al contrario, exhiben luces de neón y rótulos tan aparatosos como los de los de una butique. En ellas se puede comprar abanicos, floreros, estatuas, zapatillas, abrelatas, cuadros, palillos chinos, per­fumes, hierbas, esteras, rascadores, puntillas, patillas y cualquier cosa que hayan podido imagi­nar los humanos desde aquí hasta aquí después de haber dado la vuelta al mundo. Nadie ya se va a quedar sin el más extraño objeto de su deseo, porque veinte duros están en la mano de cual­quiera. Algunos clientes son tan ingenuos que confunden la apariencia con la realidad y llegan a comprar en esas tiendas regalos de boda que luego envuelven en papel de El Corte Inglés.

Frente a esta tribuna de la plebe, gran parte de esa misma plebe se estira para parecer más al­ta y sólo compra en butique: ropas de Giorgio Armani, colonias de Yve-Saint-Laurent, modelos de Christian Dior, corbatas de Luccino y así hasta no dejar rincón del cuerpo ni del alma sin adornar con la vitola de lasélites.

Las tiendas «Todo a cien» y las butiques son todo un símbolo de nuestro tiempo: todo asequi­ble o del todo inasequible, todo barato o todo tan caro que sea signo privativo, la democratiza­ción y la aristrocratización del consumo, la accesibilidad de la información y la reserva de la mis­ma a los escogidos sabios que disfrutan en exclusiva, lo que si no sirve se tira y lo que no puede tirarse aunque no sirva. Lo más grave de nuestro tiempo es que estamos mezclando los produc­tos de butique con los de las tiendas de «Todo a cien». Se han suprimido las etiquetas y los aba­zoques del mercado y todo pasa por igual: lo bueno y lo malo, lo depurado y lo tosco, la inves­tigación rigurosa y la estafa intelectual.

  • Hay millones de internáutas que adquieren, como papanatas, informes que difunden como pri­micias culturales y que, en muchos casos, no son más que pura trivialidad.
  • No hay doctorando que se precie que no acumule cientos de citas de libros de los que ni si­quiera conocía el título, y que pueden muy bien no existir, pero que alguien los puso en la red. • No hay periodista que no desvele cada día «arcanos secretos» que le reveló la net, que no son otra cosa que apuntes de mal estudiante.
  • La tentación es tan fácil que sesudos académicos, profesores, editores, predicadores y hasta exégetas se cuelgan voluptuosamente al ordenador robando el tiempo a sus lecturas y a su pro­pia reflexión.

¡Qué dislate pensar que todo vale a cien! ¡Qué dislate creer que sólo nos vale lo exquisito! Pe­ro, ¡qué mayúsculo dislate mezclar lo exquisito con lo deleznable, borrar las huellas de identidad de ambos y vender la solera a granel y el granel embotellado! A una Web, sigue otra Web, y al fi­nal ya no sabemos si estamos viendo un ratón o un dinosaurio. Manda Webos.

JULIÁN ABAD

«Alandar» (febrero 2000, pág. 3)

PARA HACER

  1. Comentar y concretar especialmente el tercer párrafo: ¿Las tiendas «Todo a cien» y las boutiques son todo un símbolo de nuestro tiempo? ¿Todo -lo bueno y o malo…- pasa por igual?
  2. El autor pone cuatro ejemplos concretos. ¿Estamos de acuerdo con ellos? ¿Hay más?
  3. Comentamos el párrafo final. Y concluimos: ¿Qué consecuencias tiene todo esto para la educación o para la pastoral?

 

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