Vaya belén

1 diciembre 2001

Si Jesucristo levantara la cabeza y viera el belén que montamos todos los años pa­ra celebrar su cumpleaños, probablemente volvería a morirse, pero de vergüenza. Porque cualquier parecido entre festejar el advenimiento del Hijo de Dios en la tierra y este cristo de regalos, fiestas, comilonas y borracheras es pura coincidencia.

A muchas personas sensatas -creyentes o no- les resulta patético ver cómo la Iglesia católica, que se ha opuesto a tantas cosas como el divorcio, los anticonceptivos, el ca­samiento de los curas, etc., haya permitido que el Nacimiento de Cristo se manipule descaradamente con fines comerciales, des­virtuándose el sentido de tan insigne fecha. El ser humano en Nochebuena ya no tiene corazón, solo tiene monedero y estómago.

Gracias al monstruoso tinglado montado alrededor de las fiestas navideñas, el men­saje de paz se ha convertido en histeria co­lectiva. Convulsivamente se hacen regalos ostentosos o de pacotilla para quedar bien, para salir del paso, para adular y muchas veces para sobornar sinuosamente. Difícil­mente puede uno relacionar los modestos presentes que los pastores se supone que llevaron aquella noche famosa a un matri­monio joven y pobre que tuvo un hijo ‘en pleno campo, con el bochornoso tráfico de objetos diversos que se intercambian febril­mente los ciudadanos por esta época.

Las familias se reúnen no para cenar con recogimiento, sino para devorar panta­gruélicas cantidades de alimentos y litros y litros de alcohol. La obligación de reunirse en fecha fija, unida a las digestiones difíci­les, suelen provocar peleas terribles en las que afloran los resentimientos, las envidias y la competitividad. Menos mal -terminan pensando todos- que sólo hay una Navi­dad en el año.

Pero lo peor es que todo está organizado para que en estas fechas los seres solitarios, marginados o desfavorecidos se sientan to­davía más cruelmente solos, tristes y deses­perados. La Navidad, que debería unir a los seres humanos, solo sirve, tal y como la hemos planteado, para exacerbar los sufri­mientos, los dolores y las carencias.

Llega un momento en que parece como si precisamente todo el tinglado de luces, ostentación, despilfarro y comilonas en fal­sas familias de nuestra Navidad moderna respondiera precisamente a la necesidad de los favorecidos de atrincherarse para defenderse de toda la mierda que les ro­dea. Un pretexto para olvidar por una no­che a los olvidados. Los marginados, por su parte, los que no pueden disfrutar de estas Navidades aberrantes y publicitarias, se preguntan si aquella noche en Belén no nació un niño, sino dos, y a uno le fue co­mo Dios y al otro como a ellos.

CARMEN RICO-GODOY

«Cambio l6», 30.12.79

PARA HACER

  1. Recuperamos este texto ¡de hace 20 años! ¿Qué nos parece? ¿En qué estamos de acuerdo y en qué no?
  2. Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer nosotros?
  3. La autora del texto acaba de morir este año. ¿Qué nos gustaría escribir a nosotros de mo­do que fuese como nuestro testamento y se pudiese leer con sentido dentro de 20 o más años? Lo escribimos.

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