VÍA LUCIS PARA NO CAMINAR EN TINIEBLAS

1 abril 2011

No maldigas la oscuridad si jamás te has atrevido a encender una luz

  1. La luz de la confianza. No temas. A pesar de que no “dabas un duro por Él,” el Señor ha cumplido su promesa… ¿O pensabas que te “iba a dejar tirado”? Pues no, a partir de ahora, tienes un Amigo en el que confiar de lleno… ¡Él jamás te fallará!

Jesús resucita de la muerte (Mt 28,1-8).

  1. La luz de la vida. A veces, y esta es una buena ocasión, para saber si una persona está viva o muerta, no le tomes el pulso, comprueba, más bien, la cantidad de vida que alberga en su corazón… El sepulcro está vacío, Jesús ya no está en él… ¡Búscale en tu corazón!

Los discípulos encuentran el sepulcro vacío (Jn 20,1-10).

  1. La luz de la alegría. La que surge de encontrarse cara a cara con el Señor. La que te empuja a ir a tus hermanos y contagiarles con la sonrisa del Resucitado. Recuerda: todavía quedan muchas personas que necesitan de tus alegrías para seguir soportando sus tristezas.

Jesús se aparece a la Magdalena (Jn 20,11-18).

  1. La luz de la amistad. Son tantísimas las personas en que Dios camina a tu lado que es prácticamente imposible que no le reconozcas. Camino del cole o del trabajo, del botellón o de la parroquia… Dios te está brindando su amistad.

Jesús en camino con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-19.25-27).

  1. La luz de la Eucaristía. Ni en un estadio de fútbol abarrotado hasta la bandera, ni e un canal televisivo de máxima audiencia… Jesús se ha querido quedar contigo en la Eucaristía… Todos los días pide al Padre “el pan de cada día.”

Jesús se manifiesta en la fracción del pan (Lc 24,28-35).

  1. La luz de la Buena Noticia. Con la resurrección de Jesús, la Palabra de Dios cobra un sentido pleno. Ahora ya puedes convertir las pequeñas-grandes acciones de cada día en Buena Noticia, en Evangelio vivo.

Jesús se aparece a los discípulos (Lc 24,36-49).

  1. La luz del perdón. Se acabó ya el hombre viejo. Estrena cada mañana “el vestido del Espíritu Santo” que te convertirá en una persona de paz y de reconciliación.

Jesús concede a sus discípulos el poder de perdonar pecados (Jn 20,19-23).

  1. La luz de la fe. Cuando las dudas aleteen sobre tu corazón, mete tu tiempo, tus talentos, tu vida en las dificultades, sinsabores y debilidades de tus hermanos más necesitados. ¡Jesús se hará presente al instante!

Jesús confirma la fe de Tomás (Jn 20,24-29).

  1. La luz de la fidelidad. A pesar de que ya lo has intentado un montón de veces, a pesar de que el tiempo no sea favorable, a pesar de que todos hayan dado su brazo a torcer… Tú echa las redes, cumple la voluntad de Dios; recogerás los frutos a manos y a corazón lleno. ¡Haz la prueba!

Jesús se aparece a sus discípulos en el lago Tiberíades (Jn 21,1-14).

  1. La luz del Amor. No pierdas ni una ocasión en responder a la pregunta que Jesús te hace en cada hermano que pone en tu camino: “¿Me amas?” Hace más de dos mil años el Señor escogió a Pedro para levantar su Iglesia… Hoy te ha escogido a ti para continuar con su edificación.

Jesús confiere el primado a Pedro (Jn 21,15-19).

  1. La luz de la Promesa cumplida. Y es que Jesús no es de “los que tiran la piedra y esconden la mano.” Él ha prometido quedarse contigo todos los días, hasta el fin del mundo… Por favor, no seas tú el que le mandes al cielo con una buena pensión por los servicios prestados.

Jesús confía a sus discípulos la misión universal (Mt 28,16-20).

  1. La luz del Compromiso. ¿Qué haces ahí, al igual que los galileos, mirando al cielo?… No pierdas tiempo, el Señor espera mucho de ti ¡No le falles

Jesús asciende al cielo (Hch 1,3-11).

  1. La luz de la oración. Con María, dedica tu tiempo a rezar, a amar… pues nada sabe de amor el que no ora y nada sabe de orar el que no ama.

Con María en la espera pentecostal del Espíritu Santo (Hch 1,12-14).

  1. La luz del Espíritu Santo. Deja que el Espíritu de Dios ilumine tu vida. Tu fragilidad se convertirá en fortaleza, tus temores en confianza, tu tristeza en alegría, tu muerte en vida.

Jesús manda a sus discípulos el espíritu prometido por el Padre (Hch 2,1-6).

J. M. de Palazuelo


 

 

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