El alma de un niño

22 febrero 2017

¡Qué atrevimiento hablar del alma! Lo quiero hacer porque ¡existe!; no es una entelequia. Prescindo de definiciones, pero el alma es el lugar definitivo, el hogar de un ser humano, su espacio más personal y también el templo de Dios. Para la experiencia espiritual resulta que el alma es el lugar en donde todo se juega; y lo mejor de todo es que es posible educarlo, o mejor dicho, es posible hacerla habitable.

El otro día, charlaba con dos buenos amigos, animadores salesianos, y tuve que hacer referencia al niño que fui hace mucho. Aquel niño se educó al hilo de relatos, y fueron esos relatos los que me trajeron noticia de un Dios que habla, como al niño Samuel, al que se le podía responder. O que la fuerza de Dios hace ganar batallas a gigantes, aunque se llamen Goliat, y que con Él todo es posible en la vida. Aquellos relatos estuvieron a la base del crecimiento creyente y de mi repuesta vocacional. Sin ellos, Dios hubiera sido una palabra incomprensible y por ende, prescindible.

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El niño tiene una disposición especial para lo sagrado. Tal vez, aún no ha sido erosionado por los prejuicios de la razón; y esa es la ocasión de posibilidad para iniciar con él la experiencia religiosa. Hoy en día, hablamos del “despertar religioso”, que es ayudar a abrir los ojos a la realidad maravillosa que nos rodea, a lo gratuito, a la belleza de la vida y de su creador, a las buenas personas. Este despertar religioso es una disposición para llevar al alma del niño la persona de Dios Padre, de Jesús y de María; y con ellos, lo más radical de nuestra experiencia humana: la esperanza, el amor incondicional y la fe en un Dios que nunca nos abandonará.

Tal vez, hoy estemos tentados en entender mal eso de los “procesos educativos”, creyendo que la fe es para adultos, y que la infancia es esa etapa de la vida en donde nada realmente importante puede suceder; menos aún la experiencia creyente. Los niños nos demuestran de manera real lo falso de dicho planteamiento. Nadie como ellos para confiar en los demás, para la generosidad, y también para rezar solo como saben ellos hacerlo. La educación en esta etapas primeras de la vida son imprescindibles; de ahí la necesidad de cuidarlas bien, de colaborar con las familias, y de no perder el tiempo con cosas menores como puede ser el eterno entretenimiento de los pequeños.

Como Jesús, os invito a dar gracias a Dios porque solo los pequeños y quienes se hacen como ellos, son capaces de conocer y saber cómo se entra en el Reino de los Cielos.

TXETXU VILLOTA / DELEGADO INSPECTORIAL DE PASTORAL JUVENIL

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