Trabajar con niños y jóvenes es una fuente inagotable de sorpresas. Basta con que tengamos los ojos bien abiertos y que conozcamos un poco las situaciones familiares o las historias personales que viven o han vivido muchos de nuestros niños y jóvenes para que nos demos cuenta de ello.
Nos sorprenden a diario cuando, a pesar de situaciones de dolor y sufrimiento en sus “hogares”, llegan al colegio con una sonrisa en los labios, con ilusión por trabajar, aprender y disfrutar con otros compañeros.
Nos sorprenden cuando son capaces de devolver las muestras de cariño que reciben de los educadores y educadoras.
Nos sorprenden cuando se sienten útiles, cuando sienten que han aprendido algo, sobre todo en los talleres, que les servirá para ganarse la vida; incluso cuando se creían incapaces de casi todo.
Nos sorprenden cuando son capaces de volver al centro recordando el tiempo compartido y las experiencias pasadas y nos cuentan cómo les va en su nuevo centro o en la universidad.
Nos sorprenden porque un buen grupo de los jóvenes con los que trabajamos son generosos en su tiempo y son capaces de entregarlo a los demás como voluntarios, por ejemplo involucrándose como animadores o pre-animadores de chicos más pequeños o en otras iniciativas de tipo social.
E incluso nos sorprenden cuando hacen algunas cosas que no están del todo bien y con su buen corazón son capaces de reconocer sus errores e intentar rectificar.
Si pudiera pedir un deseo a los niños y jóvenes de nuestros centros o a los de todo el mundo les diría: «Queridos niños y jóvenes, ¡no dejéis de sorprendernos!»
Los educadores y educadoras de los centros salesianos, y de todos los centros del mundo, necesitamos vuestra ilusión, vuestras ganas de vivir, vuestra capacidad de arriesgarse y de superarse para hacernos conscientes de que por vosotros merece la pena luchar día a día, merece la pena seguir intentándolo una y otra vez, merece la pena estar a vuestro lado acompañando vuestro proceso de maduración y crecimiento personal, profesional y cristiano. Contamos con vosotros, pues sin vosotros no seríamos nada. Como educador, utilizando las preciosas palabras de Don Bosco, me gustaría decir que nos «basta que seáis niños y jóvenes para amaros», para amaros como sois y por lo mucho que nos sorprendéis cada día.
Un educador que se sigue dejando sorprender cada día por sus educandos es un educador vivo, que siente, que comparte y que se entrega a su labor con pasión. Ojalá vivamos así nuestra labor de educadores y educadoras.
Óscar Bartolomé Fernández