La parábola del Vergel

1 abril 1998

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Existió un maestro de sabiduría bueno y comprensivo con sus gentes. De sus labios bro­taron las más sabias enseñanzas que jamás ha­bía escuchado aquel pueblo.

Desde los habitantes de la montaña hasta los del valle, siguieron muchos años sus consejos. Desde los más altos gobernantes hasta los cam­pesinos sencillos y humildes buscaron en su doctrina y ejemplos la felicidad.

Y no es que el maestro se basara en grandes libros para aconsejar. Él simplemente observaba y aprendía a sacar enseñanza de cada cosa. El decía: «las grandes cosas hallan respuesta en las cosas sencillas». La naturaleza siempre fue su gran maestra.

Cierto día se le acercó al anciano una persona que dijo ser el abad de un célebre monasterio. – ¿Qué deseas?, le preguntó el maestro.

El visitante, a modo de respuesta, le contó una triste historia: En otros tiempos su monas­terio había sido famoso en todo el mundo occi­dental. Había armonía entre todos y respiraban aires de felicidad. Como consecuencia de ello, se fue incrementando el número de personas que querían pertenecer a esa comunidad. Ahora eran muchos, y allí no había quien se entendie­ra. El abad le explicó al anciano que habían he­cho estudios psicológicos, pedagógicos, socioló­gicos y no encontraban solución.

– Aquello es el caos. Vuestra fama de persona sabia ha llegado hasta nosotros y por eso vengo a pediros consejo.

– Tranquilizaos -dijo el anciano-, veréis como tiene solución.

El anciano acompañó al Abad hasta el mo­nasterio y estuvo conviviendo con la comuni­dad unos días.

Pasado el tiempo, llamó el Abad y le dijo:

– Ya sé donde está el problema. Tienes entre tus manos un hermoso vergel, con árboles fru­tales de todas clases, pero tienes que conocer bien a todas y cada una de las fritas para saber­las tratar y que den el fruto adecuado.

Aquí hay personas que son como nueces: es­tán protegidas por una capa exterior dura, es muy difícil llegar a ellos, pero cuando lo consi­gues, son agradables.

Hay personas que son cerezas: pequeñitas, dulces, con aspecto agradable, pero siempre tie­nen que estar encima, y cuando las pruebas te puedes romper un diente con el hueso.

Hay algunos que son naranjas: si los pruebas antes de temporada son agrios y desagradables, pero si les das tiempo para madurar son muy agradables, con mucho sabor, y aportan bastan­tes vitaminas.

Hay otros que son higos chumbos: siempre con pinchos, siempre molestando y dejan un pincho muy difícil de quitar.

Hay algunos que son espárragos: no saben a nada, pero son buenos para eliminar toxinas. Luego están los plátanos: siempre accesibles, siempre dulces, siempre buenos, pero engordan cantidad.

Hay otros que son chirimoyas: son buenos, pero tienen cantidad de semillas que no son co­mestibles y que hay que ir quitando una a una. Lo que queda es muy bueno, lástima que quede tan poco.

Hay otros que son peras: el aspecto exterior es verde, da la impresión de que no han madu­rado, pero cuando las pruebas están en su pun­to.

Hay otros que son sandía: con mucho sabor, mucho color y muy refrescantes. Lástima que sólo haya sandías en verano.

Quizás haya más frutas. Seguid vosotros mis­mos estas pistas para reconocer cómo sois. También he observado cómo funcionan estas frutas (perdón, estas personas), dentro del gru­po al que pertenecen.

Hay grupos que son fruteros: cada uno man­tiene su forma y su sabor. Son incapaces de mezclarse entre sí. Piensan que el que nace hi­go, higo tiene que morir. Son muy bonitos para adornar.

Hay grupos que son zumo. Son capaces de unirse a los demás, pero se mezclan de tal ma­nera que pierden totalmente su identidad, pier­da forma y sabor. El resultado, unas veces es agradable y otras veces es un sabor raro.

Hay grupos que son macedonia :sOn capaces de unirse a los demás aportando su sabor y su color, pero sin dejar de ser ellos mismos. Los pequeños permanecen enteros, y los grandes se dividen en trozos para aportar más al conjunto. El resultado es una buena mezcla.

Y de esta forma tan sencilla, comprendieron dónde estaba su equivocación, y el monasterio volvió a ser lo que era.

 

MERCHE HEREDERO

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