Alégrate, el Señor te va a visitar, viene a tu vida y lo mejor de todo: viene a quedarse para siempre contigo.
Busca dentro de ti un lugar “como Dios manda” porque va a ser Él, precisamente Dios, quien va a acampar en tu vida.
Confía “a pies juntillas.” Te aseguro que no fallará a la Gran Cita.
Despierta y observa el hermoso espectáculo que trae Dios consigo: Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito…
Espera, pero no con resignación y desesperanza, sino con la ilusión de que algo “muy gordo” va a suceder.
Facilita el acceso al Señor, no sigas poniéndole direcciones prohibidas, calles en obras o controles de aduana.
Grita con todas tus fuerzas: Ven, ven Señor Jesús. Conviértelo en tu grito de guerra, en tu saludo de presentación.
Habla, pregona, anuncia de palabra, pero sobre todo con obras, la venida del Señor.
Imita las virtudes de María, el icono perfecto del Adviento. Déjate contagiar de su optimismo y de su fe.
Junta las manos con las de tus hermanos y juntos dar la bienvenida al Salvador de los hombres.
Libérate de las espadas del odio, de la mentira y del egoísmo, y forja arados de amor, de verdad, de solidaridad.
Mira más a menudo por la mirilla de tu corazón; Dios está a la puerta esperando a que le abras.
Nivela el terreno para poder ver las huellas de Dios, las huellas de tus hermanos, y poder ir a su encuentro.
Organiza la fiesta, en especial revisa tu lista de invitados con “el del cumple.”
Prepara la cuna al niño Jesús. Mira a ver si te queda algún hueco en tu corazón. Y si no ya sabes, habrá que deshacerse de tanto cachivache que sólo hace ocupar sitio e impedir que entre lo realmente importante.
Reza con tu vida, pues nada sabe de oración el que no ama y nada sabe de amor el que no ora.
Sueña, pero sueña despierto. Elimina la modorra del aburrimiento y las cabezadas de la rutina.
Trabaja ya, desde ahora, en adecentar el Reino que Dios nos ha prometido. Venga a nosotros tu Reino.
Usa las gafas de la humildad, pues todo lo bueno, lo grande, lo hermoso de esta vida (y estamos ante una de ellas) sólo puede ser contemplado desde la sencillez.
Vigila. Y no te preocupes si tus ojos se cierran, lo importante es que mantengas bien abierto el corazón.
Y cuando el Señor llegue, entonces sí, entonces:
Zambúllete de cabeza y sobre todo de corazón en las profundidades de un Dios que se hace uno de los tuyos…
J. M. de Palazuelo