Antes de empezar ciertas actividades que requieren un determinado esfuerzo, es necesario realizar un calentamiento para evitar el riesgo de lesiones… Estamos a punto de comenzar un nuevo curso, y entrar “con buen pie” es fundamental para evitar desazones, disgustos de última hora o, lo que es peor, la posibilidad de tirar la toalla apenas surjan los primeros problemas… Por eso, para ti: profesor, animador, catequista… educador, va dirigida esta tabla. Si llevas a cabo cada uno de los siguientes ejercicios, verás cómo afrontas este nuevo curso con un altísimo porcentaje de salir victorioso. |
- Antes de que entren tus chicos, camina a paso lento, dando dos o tres vueltas por la clase, por la habitación, por tu zona de trabajo. Es muy importante que tu corazón reconozca el lugar donde, dentro de muy poco, dará comienzo una actividad frenética. Y las prisas, los agobios, las dificultades, no pueden echar abajo las hermosas posibilidades, los pequeños-grandes milagros que Dios va a poner en tu vida.
- Una vez que los jóvenes estén dentro, realiza la misma práctica, esta vez haciendo ejercicios con los labios, los ojos, los brazos y las manos: un beso, una sonrisa, un abrazo o un apretón de manos deberán sustituir a la anticuada y nada saludable actividad de pasar lista.
- Combina los ejercicios anteriores con otros de relajación. Por ejemplo, da descanso a tu organismo, escuchando a tus chicos. Ah, y no te preocupes pensando que la actividad física es nula… ¡Tu corazón está trabajando a pleno rendimiento!
- No te quedes sentado demasiado tiempo. Levántate y ejercita el abdomen. De pie y al lado de tus muchachos, haz varias flexiones. Seguro que sus cuadernos, sus apuntes o la fotocopia que les has entregado, necesitan de una rectificación constructiva… ¡Nada de bolígrafo rojo!
- No olvides hacer continuos estiramientos con el cuello. No, no se trata de “pillar” al que está hablando… Estos estiramientos van encaminados a detectar posibles anomalías para poder corregirlas: una mirada perdida, una lágrima disimulada, un rostro cansado, unas décimas de fiebre, un mal día…
- Agáchate a menudo. No eres tú, sino tus chicos los que deben crecer; tus jóvenes son los importantes. En esta profesión hay un verbo que deberás aprender de memoria: Servir. Y este verbo siempre se conjuga de rodillas.
- Haz movimientos rápidos con ambas manos. Para que me entiendas, aplaude a tus chicos, aunque sólo hayan hecho una parte de las cien que les tocaba.
- Realiza también ejercicios elevando y bajando los hombros a la vez: el famoso ejercicio del “no sé.” Y es que el mejor educador es el que no sabe nada, o cuando menos no quiere saber nada, y poder así, al ritmo de sus alumnos, encontrarlo todo. La grandeza de un educador está en proporción de su humildad.
- Fortalece la masa muscular haciendo ejercicios de pesas. Ayuda a tus chicos con el peso de sus cruces. Detrás de esas sonrisas llenas de vitalidad y optimismo, hay problemas, fracasos, dificultades… ¡Entra en sus corazones y lo comprobarás!
- Al finalizar la jornada repasa la tabla con el Preparador físico que se te ha asignado. Seguramente hay algo que mejorar o algo nuevo que aprender, y qué mejor que Jesús de Nazaret, que pasó por el mundo ejercitando el bien, para que te eche una mano…
José María Escudero