EL DOLOR DE SER JOVEN

1 mayo 2004

Es fácil hallar la raíz del malestar adolescente en la cultura del éxito, en la desatención de los padres o en la televisión. Pero debemos ir más allá y preguntarnos si les ofrecemos un futuro ilusionante.

 

“Nadie, ni siquiera los jóvenes, elige su edad. El tiempo ocurre de un modo ajeno a nuestra voluntad y nos sume en las diversas etapas de la vida, entre las cuales algunas de las más importantes y/o conflictivas son la infancia y la adolescencia.
Nadie elegiría ser niño o adolescente en Cataluña, por ejemplo, sabiendo que un 15% de quienes se hallan en esa franja de edades –entre 10 y 18 años– presenta trastornos de conducta: una considerable dificultad en los procesos de adaptación, el consumo de tóxicos diversos, depresiones y una nada desdeñable tendencia a la agresividad. El fenómeno va en aumento.
Lo fácil es echarnos la culpa, decirnos que los adultos no lo estamos haciendo bien, que hemos convertido el mundo en un lugar donde resulta difícil respirar, en una jungla de supervivientes en la que continuamente se libran luchas de todas clases y bla-bla-bla. Lo fácil, en este caso al menos, es encontrar la raíz y darnos cuenta –no hace falta ser muy listos– de que los niños pasan muchas horas solos, de que nadie se preocupa por proponerles alternativas a las actividades que les producen adicciones de diferentes tipos, que no hay quien se inquiete de veras por lo que consumen –no sólo con el cuerpo, sino tampoco con la cabeza–, que no se los incita a la lectura ni al diálogo.
Lo sencillo es observar nuestro entorno y contemplarlo con asco, decirnos que el mundo está hecho una porquería, que la gente –curiosamente siempre son los otros; uno nunca pertenece a ese conjunto de personas criticables por sus opciones– busca el éxito fácil y las compensaciones inmediatas, que con este ejemplo no hay joven que crezca sano; que si las guerras; que si el recorte en los presupuestos de cultura; que si la irrisoria inversión en salud mental; que si el caso omiso a las demandas sociales; que si el paro o la vivienda o el cierre de empresas y bla-bla-bla. Lo cómodo es tener una vez más esa especie de charla de bar a altas horas de la noche para arreglar las cosas que, pasados los efluvios del alcohol que hicieron creer a sus consumidores que con sólo nombrarlo se solucionaría cualquier entuerto, se disipa y se olvida como los pequeños disgustos.
Y más aún, lo cómodo es pensar que la culpa la tiene por fin la programación de la tele olvidando –un importante detalle– que esa programación tiene autor. Y que también tienen autores los elementos más arriba mencionados, es decir el recorte del presupuesto en cultura, la mala gestión social, la nula política a favor de la mujer, el aumento del empleo precario, las dificultades para encontrar vivienda, el desprecio por la naturaleza y por la ecología. Lo fácil –y desesperante– es pensar que las cosas son así y que van a seguir siendo así, que nosotros no tenemos poder para cambiarlas. Craso error.
Todos los ciudadanos que vivimos en estados democráticos tenemos una palanca que sirve para mover nuestro mundo hacia lados muy distintos: podemos votar y, votando, dar ejemplo de lo que deseamos, de aquello en lo que creemos, de nuestra esperanza de futuro. Y es en esta última palabra, creo yo, en la que tenemos que fijarnos, únicamente o sobre todo, cuando hablamos de nuestros niños y adolescentes. Para ellos todo es futuro, para ellos no existe nada más. ¿Nos damos cuenta del futuro que les ofrecemos? Un paso más: ¿nos damos cuenta de que la única manera de pensar en un futuro deseable es que exista alguna ilusión?
Lo fácil es culparnos, señalarnos como los artífices del desastre. Lo difícil es tomar las determinaciones que impliquen un verdadero cambio. Porque cambiar da miedo, es un esfuerzo, requiere trabajo y, además, supone reconocer, en un acto de auténtica valentía, que lo que teníamos no iba tan bien como se decía.”

Flavia Company

El Periódico, 9 de marzo de 2004

Para hacer

  1. ¿Hacemos nuestra esta reflexión?

Como educadores, todo esto nos cuestiona y nos lanza a buscar cauces de actuación. ¿Cuáles son esas cuestiones? ¿Cuáles podrían ser esos cauces?

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