Otro mundo es posible

1 octubre 2003

En 1945, al término de una guerra mundial trágica, con millones de muertos, sufrimientos y humillaciones sin fin, genocidios de judíos y de gitanos y otras etnias, uso de armas de gran poder destructivo, los Estados Unidos de Norteamérica lideraron la fundación de las Naciones Unidas. Había que evitar la guerra en lo sucesivo, para que aquella horrenda conflagración que acababa de sacudir al mundo no se repitiera. Había que construir la paz. Y así, van surgiendo las distintas organizaciones del sistema de las Naciones Unidas, para contribuir -cada una en su campo- a que nunca más fuera la fuerza, sino el diálogo y la concertación el camino de la paz.

En 1948, las Naciones Unidas aprueban el día 10 de diciembre la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este firmamento ético debe orientar y dar fuerza a las hebras multicolores que integran el tejido social de la humanidad en su conjunto.

(…) [Hoy, después de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, el 11 de septiembre de 2001,  las manifestaciones mundiales de la primavera de 2003, es necesario] un nuevo contrato global, como en 1945, basado en un sistema multilateral guiado por unos valores éticos universales, que evite la presente impunidad de las transgresiones a escala supranacional y que -con la mayor responsabilidad que corresponde a los más poderosos- regule la gobernanza mundial.

 

¿Es otro mundo posible? Sí, si se respeta y fomenta la diversidad y la fuerza creadora. Si, juntos, buscamos hasta hallarlos -o inventarlos- los nuevos caminos del futuro. Si no situamos disciplinas de pertenencia por encima de nuestra conciencia, porque más pronto que tarde se paga el precio de la indignidad, la cobardía y la sumisión.

Si se educa para la paz, la democracia y la solidaridad, erradicando en todas las escalas el terrible adagio «si quieres la paz, prepara la guerra». Se han ocultado asépticamente horrendas imágenes de la guerra. Salvo para los niños, constituye un grave error: nunca olvidaré lo que vi en Ruanda, en Cambodia… Para luchar sin descanso a favor de la vida y de la no-violencia hay que tener grabados en las pupilas los sufrimientos que genera la confrontación bélica.

Otro mundo es posible si ampliamos las alianzas internacionales para la seguridad a la reducción del impacto de las catástrofes naturales o provocadas. El caso del Prestige, las víctimas del hundimiento, consecuencia de terremotos, de las escuelas de San Guiliano en Italia y de Bingol en Turquía demuestran, con qué dramática intensidad, que los ingenios de destrucción se han desarrollado mucho y los de socorro y ayuda prácticamente nada. No hay tecnología para la asistencia en casos de inundaciones, incendios, temblores de tierra, emanaciones volcánicas…

Otro mundo es posible si la economía a escala mundial y la gestión de los grandes retos sociales, medioambientales y culturales, se guía por valores intransitorios y no por el mercado. Si reforzamos las instituciones internacionales, y en primer lugar la ONU, y disponemos de los códigos de conducta, consejos de seguridad y mecanismos punitivos adecuados.

Otro mundo es posible si los ciudadanos son capaces, a pesar de la información sesgada y de la ingente propaganda, de no perder de vista los principios esenciales y no apoyar a los dirigentes que los esquivan.

Otro mundo es posible si la memoria del futuro, del mundo que legamos a nuestros hijos, tiene en cuenta las lecciones del pasado. Si tenemos fe en la especie humana, desmesurada, creadora, impredictible, inmensurable. Si creemos en la humanidad y en sus facultades distintivas, para superar los obstáculos que ponen quienes intentan someterla. Cada día que pasa representa, inexorablemente sea cual sea nuestra edad, un día menos para construir un mundo más acorde con la dignidad humana. Nos queda un día menos para actuar según nuestra conciencia. Yo ya he recorrido un buen trecho de mi camino. Por eso es lógico que mi voz, casi ya mi grito, tenga un especial apremio.

Otro mundo es posible si revisamos con serenidad la historia contemporánea y decidimos, de una vez, pasar de una cultura de imposición a una cultura de diálogo y de paz. Pasar de la espada a la palabra y responder a la violencia «con la fuerza fascinante del amor», como ha proclamado Juan Pablo II en su reciente visita a España. Entonces las campanas ya no doblarán el miedo, la amenaza y la muerte. Tañerán con alegría por ti y por mí, por todos, porque se iniciará un mundo nuevo, con la esperanza de contribuir a escribir, cada uno, un futuro diferente, luminoso y libre.

Federico Mayor Zaragoza

El País, 26 de Mayo de 2003

Para hacer

¿Otro mundo es posible? ¿Qué habría que hacer para ello? ¿Qué podemos hacer de lo que dice este autor?

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