1 octubre 1999

Si hemos de hacerle caso a la Estadística (única Musa que permanece en activo en estos tiempos descreídos) los jóvenes abandonan el campo, dejan atrás las tierras de unos antepasados que ya no son semi­dioses intangibles, sino señores que miran con rara expresión desde los portafotos. Tales antepasados han perdido el poder de marcar la línea de sus vidas; ahora esa lí­nea es la de la carretera que va, contoneán­dose, hasta la ciudad, esa carretera que descubrieron en un utilitario prestado y re­zongón, compañero de tantas correrías de fin de semana.

La ciudad tiene olor a tabaco, a labios que sujetan desenfadadamente un cigarri­llo, a electricidad chisporroteante, a tres de la mañana. De manera que las nuevas ge­neraciones ya no quieren ser ovejitas Dolly de sus padres -clónicos de una vida anun­ciada-, sino primos hermanos de los per­sonajes de la tele: siempre metidos en líos y siempre, siempre, urbanitas.

Yo comprendo que los biorritmos de la juventud ya no los puedan marcar las esta­ciones, las antojadizas lluvias, la helada de última hora o el pedrisco, sino las modas, modismos y modales (mayormente malos). Comprendo que los jóvenes escojan dejar de mirar siempre al cielo (a ver qué cae),para dedicarse a mirar el televisor (a ver qué echan). Hemos importado el Gran Sueño Americano -que incluye ir a la uni­versidad, no trabajar con las manos y tener un coche mejor lo antes posible-, y esto ha cortado de raíz el relevo generacional en el campo. En el fondo es un problema de vo­cación, lo mismo que el sacerdocio. El tra­bajo del campo es sinónimo hoy de renun­cia, implica un sacrificio: el sacrificio de ese gran sueño americano. Ya no se aspira a perpetuar la explotación paterna o ma­terna sino a dar el salto, a «algo mejor», a una oportunidad de la que carecieron nues­tros padres.

Sin embargo, hay un movimiento de gente que escapa de la ciudad a sus señue­los para volver a los pueblos. No es un re­tiro, no es alejarse del mundanal ruido: son conscientes de que las ventajas Ce la urbe siguen estando al alcance de la mano. Han aprendido a cohonestar los fragantes sen­deros del bosque y las páginas  web de In­ternet. Muchos jóvenes podríamos hacer lo mismo. Pero estas cosas sólo las da la ex­periencia: ese abono que la vida te da cuan­do tu flor ya languidece.

 

JUAN AMADOR «El Mundo», suplemento de Castilla v León (4.8.99)

 

PARA HACER 

1. Al referirnos a los jóvenes, pensamos inconscientemente en los jóvenes urbanos. Pero también están los que viven en el campo. O los que vivían, porque cada vez son menos los que allí se quedan. ¿Qué sabemos de ellos?

2. Leer el artículo. ¿Qué pensamos?

3. La seducción urbana engulle a todos y al final margina a salir, o sea, a volver para, como siempre, encontramos con nosotros mismos. Para eso es necesario recuperar el campo. ;Lástima que sólo después de haber huido se descubra que es necesario volver! ¿Estamos de acuerdo?

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