Padre nuestro

1 septiembre 1998

Padre, al que no podemos llamar nuestro, porque hay muchos hombres y mujeres excluidos del «nosotros».

Que estás precisamente allí donde nos da miedo porque abunda la miseria.

Santificado sea tu nombre, eco fiel del rito de los sin voz, a los que nadie escucha.

Venga a nosotros

tu amor para que rompa nuestro corazón de piedra,

tu justicia para que no soportemos diferencia ni explotaciones, tu vida para que no se la neguemos a nadie,

y así seamos manos que construyen tu Reino.

Hágase tu voluntad de que todos los seres se realicen y encuentren su sentido.

El pan dánoslo

y quítanos todo lo superfluo

para que ningún hombre pase hambre.

Perdónanos nuestras insolidaridades y nuestros individualismos, nuestras riquezas, nuestras distancias,

nuestras actitudes marginadas.

Así como nosotros

intentamos arrancarlas de nuestro ser

y denunciárselas a los ricos, a los pobres, a los explotadores, a los violentos.

Más líbranos

de la indiferencia. Amén.

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