Ascenso de lo irracional

1 julio 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]– Irracionalismo social

La crisis económica actual provoca, por su brutalidad, efectos de pánico y de desequilibrio mental en distintos ámbitos. En sociedades presi­didas en principio por la racionalidad, cuando és­ta se diluye o se disloca, los ciudadanos se ven tentados a recurrir a formas de pensamiento pre­rracionalistas. Se vuelven hacia la superstición, a lo esotérico, lo ilógico, y están dispuestos a creer en varitas mágicas capaces de transformar plo­mo en oro y a los sapos en príncipes.

Cada vez son más los ciudadanos que se sien­ten amenazados por una modernización tecnoló­gica brutal y se ven impelidos a adoptar posturas recelosas antimodernistas. Puede constatarse que la actual racionalidad económica despreciati­va hacia el hombre favorece el ascenso de su irracionalismo social.

Ante tantas transformaciones incomprensibles y tantas amenazas, muchos creen asistir a un eclipse de la razón. Y se ven tentados por la hui­da hacia una imagen irracional del mundo. Algu­nos se vuelven hacia paraísos artificiales como la droga o el alcohol, o hacia paraciencias y prácti­cas ocultistas. Es sabido que en Europa, cada año, más de 40 millones de personas consultan a videntes o curanderos. Que una persona de cada dos afirma ser sensible a los fenómenos paranor­males.

Sectas iluministas, similares a la de los davidia­nos de Waco, a la del Templo Solar, a la Higher Source, se multiplican, así como numerosos mo­vimientos milenaristas que podrían contar con más de 300.000 adeptos en Europa (…).

– Nuevas supersticiones

En el transcurso de los últimos veinticinco años, a medida que se degradaba la situación económica y aumentaba el número de los exclui­dos y de los abandonados por la crisis, las sectas modernas se multiplican, así como las nuevas su­persticiones.

La nueva pobreza y las confusas angustias que ella suscita explican, por ejemplo en Europa, el renacimiento extraordinario de las peregrinacio­nes (…).

Este renacimiento de la religión popular, del culto a los santos sanadores, animado por la je­rarquía más conservadora de la Iglesia, coincide precisamente con el retorno de los tiempos du­ros; cuando hay que remitirse a confiar en la Pro­videncia y, literalmente, confiar en los milagros.

 

– Viejos mitos

Pero se cree con más fuerza aún en los viejos mitos paganos del destino, de la fortuna; y tres mil años después de los caldos, se invoca el po­der de los astros «que rigen, con una voluntad in­flexible, todo el Universo». Aun sabiendo que es­tas creencias son incompatibles con el espíritu científico, los ciudadanos, intimidados por los riesgos de los nuevos tiempos, se adhieren a ra­zonamientos absolutamente ilógicos a supersti­ciones abracadabrantes.

Desafían de esta forma, aun sin confesarlo, los criterios de una racionalidad científico-tecnológi­ca que no siempre da respuesta a sus obsesio­nes inmediatas (paro, sida, sangre contaminada, vacas locas, cáncer, soledad, inseguridad, etc.). Habiendo erigido como emblema de las socieda­des liberales el eslogan «que gane el mejor», cada cual busca demostrarse a sí mismo, más allá de las contingencias sociales objetivas, que puede ser un ganador, un triunfador. Y esto por medio de los juegos de azar.

– Azar y ¡negocio!

El azar ocupa entonces el lugar de lo sagrado. Y es, a la vez, fascinante y terrorífico. Alrededor de nosotros proliferan toda clase de loterías y juegos de pronósticos deportivos… Y se asiste a la explosión, especialmente delirante, de los jue­gos-concurso propuestos por almacenes, mar­cas de productos, publicaciones y diarios. Por no hablar de las numerosas emisiones de televisión que derraman, ante los ojos pasmados de tantos excluidos, una insólita lluvia de millones sobre los felices agraciados…

También el espectáculo del deporte, en estos tiempos de neoscurantismo, se convierte en un «opio del pueblo». Permite descargar la agresivi­dad contenida, interiorizada; se plantea como una especie de sustituto de la guerra (…).

La asociación de televisión-deporte-nacionalis­mo conjuga los tres fenómenos principales con­temporáneos de masas, las tres fascinaciones centrales de este fin de siglo. Y esto constituye en sí uno de los hechos políticos importantes de nuestro tiempo, y una componente irracional, una evasión de la dureza social de la época.

Únicamente el dinero da la felicidad, se ha re­petido en los últimos años, en la época del «dine­ro rey» y del neoliberalismo triunfante, cuando el único objetivo digno en la vida era enriquecerse. El ciudadano ordinario no tenía otra posibilidad de alcanzar el Paraíso que ganando en una de las múltiples tómbolas mágicas.

 

– Industria de la adivinación

Pero para ganar es necesario tener suerte, lo que, astrológicamente hablando, es una cuestión de buena estrella. La incertidumbre ante el futuro y el frenesí por los juegos han conducido así, a las hordas de aspirantes a la fortuna, hacia las nuevas generaciones de magos, de videntes, de «extralúcidos». Más de 20.000 brujos modernos, videntes, astrólogos y otros arúspides oficiales, con la ayuda de unas decenas de morabitos lle­gados de África, apenas dan abasto en Francia para responder a la angustiosa demanda de unos 4 millones de clientes habituales. El esoterismo se encuentra en plena expansión: la mitad de los franceses consulta regularmente su horóscopo, y la tirada de las revistas de astrología no deja de aumentar (dos de ellas superan los 100.000 ejem­plares).

El boom de esta industria de la adivinación (ta­rots, cartas, talismanes, quiromancia, sanadores, radiestesistas) corresponde a una regresión pro­funda del individuo. De esta forma se empieza por admitir que el «cielo del nacimiento» puede determinar, de forma absoluta, la biografía. Así, el «destino astral» interpretado por el vidente reem­plaza en estos tiempos de supersticiones la lec­tura de los caminos de la Providencia efectuada antaño por los clérigos. El cine, una vez más, re­fleja adecuadamente la nueva fascinación por los hechiceros y los ángeles, los demonios y las ma­ravillas.

 

– Seducción del oscurantismo

El oscurantismo seduce cada vez más a ciertos espíritus desalentados por la complejidad de las nuevas realidades tecnológicas, conmocionados por el irracional horror económico. A favor de este oscurantismo se han expandido ya a través del mundo «revoluciones conservadoras» y diversos fundamentalismos: islamista en Irán, puritano en Estados Unidos, ultraortodoxo en Israel, etcétera.

Y podría mañana, cuando la recesión que ame­naza haya amplificado sus espantos, desencade­nar las pulsiones destructivas más graves. Será tentador buscar chivos expiatorios para las difi­cultades crecientes. Algunos políticos los señalan ya: «AI igual que el pueblo romano, corremos el riesgo de ser invadidos por pueblos bárbaros, como los árabes, los marroquíes, los yugoslavos y los turcos -declaraba un antiguo ministro belga de Interior, Joseph Michel-, gentes que llegan desde muy lejos y que no tienen nada en común con nuestra civilización».

En los años treinta, el novelista Thomas Mann presintió el peligro: «El irracionalismo, que deviene popular, es un espectáculo horroroso. Se presien­te que acabará resultando fatalmente una desgra­cia». En el clima actual de pesimismo cultural, y mientras resurgen las cuestiones nacional y so­cial, de nuevo circulan por Europa las fuerzas de la extrema derecha. Permanecen al acecho de las decepciones de todos los órdenes que un libera­lismo descamado no deja de suscitar.

La sinrazón se nutre de la ignorancia y la cre­dulidad, de los mitos y las pasiones, de la fe y de espantos. Son éstos el alimento de toda religión, de toda superstición. Y el traumatismo económi­co que sufren actualmente las sociedades euro­peas puede transformar estos alimentos en elixi­res para una nueva barbarie.

¿Sabrán los ciudadanos movilizarse para evitar que se reproduzca tan nefasto precedente?

Ignacio Ramonet

PARA HACER

  1. Estos textos están sacados del reciente libroUn mundo sin rumbo(Debate, 1997), un ensayo en el que el español Ignacio Ramonet, directo de «Le Monde Diplomatique» reflexiona sobre alguna de las grandes preocupaciones de fin de siglo: demografía, tecnociencia, efecto invernadero, subdesarro­llo, criminalidad internacional… En este extracto, tomado de un anticipo de «El País (25.5.97) analiza el auge de lo irracional. ¿Qué nos parece su planteamiento? ¿Podemos aportar más datos?
  2. ¿En qué estamos de acuerdo y en qué no? Buscar más datos en el original.
  3. ¿Cómo actuamos nosotros ante estas situaciones? ¿Cómo reacciona cada uno? ¿Cómo podemos hacer presente todos lo que dice san Pablo: «La creación vive la esperanza de ser también ella libe­rada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21)?

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