Hola, Manolo.
Por fin te escribo… ¡Hacía tanto tiempo que estaba pensando en hacerlo…! Demasiado tarde, ¿no?
¡¿Cómo se te ocurre irte sin despedidas?!… Ya. Lo has hecho como a ti te gusta… sin que nos diera tiempo a darnos abrazos ni a que nos diera pena que nos dejaras, ¿verdad? Pero, sé que en el fondo te hubiera gustado un abrazo, como a los ositos de peluche: nunca abrazan por sí mismos, pero si les abrazas, ellos responden con lo mismo. Tú eras así.
Me parece increíble que te esté escribiendo un correo y no lo vayas a leer. No me lo puedo creer. Te echaré mucho de menos.
Teníamos en proyecto ir a visitarte a Madrid, ¿recuerdas? Y, a pesar de mis agobios, lo íbamos a hacer…, y ya sabes cómo soy. Je je. Ya sabes cómo es tu “alumna favorita”… Aunque se lo dijeras a todas, malvado, sé que me querías. Yo también te quiero. Eso nunca nos lo hemos dicho, o quizás sí, con nuestro vocabulario.
¡Cuánto hueco dejas! Sin tus bromas, sin tu trabajo ejemplar y constante, sin tus consejos, sin tu inteligencia para todo…, sin tu corazón cubierto de su coraza para intentar no entablar lazos demasiado fuertes, porque luego duele más romperlos… aunque no lo conseguiste. Echaste raíces en Mérida y hasta tú decías que te sentías más del sur que de tu maravillosa tierra. Y como estabas a gusto entre nosotros, nos cogiste mucho cariño… y nosotros tanto más a ti.
¡¿Cómo se te ocurre irte sin despedirte?!
¿Sabes? Cuando me dijeron lo que te estaba pasando, que la muerte te visitaba, no me lo quería creer. Ya sabes que no estamos educados para perder a seres queridos y sobre todo cuando son jóvenes como tú (sí, y esta vez no lo digo irónicamente para meterme con tu edad)… De pronto pensé en que no quería que faltaras a nuestra boda que aunque no sepamos cuándo será, eras el primer invitado… Has vivido tantos momentos de nuestra relación. Al principio nunca pensaste que fuera buena, y me lo dijiste y a él también, y, sin embargo, estuviste ahí todo el tiempo cerca de los dos para ayudarnos. Y a pesar de que te llevé la contraria (ya sabes que soy un “poco” terca), ahora soy feliz. Sin embargo, cuando nuestra unión sea oficial y haya que firmar papeles…, tú, mi maestro, no estarás… No te veremos, aunque espero que vayas de alguna manera…, si es que puedes. Tendremos que hacer una invitación menos, pero de alguien tan especial que habrá un hueco grande, muy grande.
Te echaré mucho de menos.
Me hubiera encantado despedirme de ti. Ojalá te vuelva ver algún día y nos riamos de “mis-nuestras” dudas de fe… je je je.
No quiero terminar esta carta, es como el último hilo que me permite seguir pensando que aún estás en Madrid estudiando, no tumbado…
Seguro que hay muchas cosas que me quedan por decirte, pero esas están todas en mi corazón y ya las verás, seguro.
Un fuerte abrazo, “Kantiano-escéptico- socialista de pose”,
Te quiero mucho.
Te echaré mucho de menos.
Eternamente agradecida por todo,
Tu alumna favorita.
Sevilla, 14 diciembre, 2002
Para hacer
- Esa carta es fruto de la reacción de una joven ante la noticia imprevista de la muerte –por cáncer, en una semana– de Manolo Cantalapiedra, que dirigió Misión Joven durante tres meses. Llegó a su correo electrónico, y la publicamos como homenaje al educador que fue y a tantos educadores que están presentes al lado de los jóvenes, acompañándoles en el proceso de búsqueda de su identidad. Leerla… sin más.
- ¿Qué personas (familiares, amigos, educadores…) nos han ayudado en nuestra vida? ¿Cómo se lo hemos agradecido? Quizás sea bueno hacerlo… ahora mismo: escribir una carta agradeciendo a las personas que nos ayudado a ser más personas.