Mucho se ha escrito sobre El Bola, primer largometraje de Achero Mañas, como película que aborda con particular desgarro el tema del maltrato infantil. No vamos nosotros a desmentir la importancia de tal contenido en una obra en la que la transparencia de intereses constituye una de sus mejores bazas. Efectivamente, el personaje principal de esta historia es un preadolescente al que su padre somete a castigos y vejaciones injustificables, hábilmente elididos por el director hasta el tercio final del metraje. Sin embargo, El Bola no sólo lanza la voz de alarma sobre un tipo de comportamiento detestable, pocas veces denunciado en las pantallas, sino que indaga en otra serie de temas tan interesantes como el anterior con la misma honestidad.
Primeramente, la película de Achero Mañas es, ante todo, el relato de una amistad entre dos muchachos, El Bola y Alfredo. En este sentido, el director sabe retratar con singular sensibilidad la unión entre estos dos chavales introvertidos (uno, por la terrible realidad familiar que le toca sobrellevar; el otro, por ser nuevo en el colegio); una unión que se sostiene sobre todo en la fidelidad, en la comprensión mutua, sembrada de tolerancia, y en un alto grado de sinceridad sorprendentemente adulta. Estas actitudes limpias transforman el vínculo entre El Bola y Alfredo en una refrescante lección de humanidad. En una época en la que cada vez es más frecuente escuchar sentencias pesimistas sobre los valores de los jóvenes, esta cinta, que se detiene a pintar el fondo de pureza rastreable en la mayoría de la amistades adolescentes, constituye un interesante ejercicio de comprensión y esperanza.
Además, la película transciende este ámbito relacional y se atreve a preguntarse sobre los núcleos sicológicos de la personalidad preadolescente: el deseo de libertad y de emoción (metaforizado en esas escenas espeluznantes del juego en la vía del tren o la que transcurre en el parque de atracciones), el miedo ante la muerte y el misterio, la necesidad de modelos de referencia a los que mirar… La descripción de estos chavales, por tanto, no se limita a una epidérmica caricatura o a un elemental retrato-robot de crónica de sucesos: los protagonistas están tratados como seres humanos íntegros y contradictorios, que se relacionan, sienten y piensan.
En este sentido, el paso de la infancia a la madurez se narra sintética y eficazmente mediante el elemento escénico de la bola de hierro, un amuleto que el protagonista lleva siempre en su bolsillo y al que se agarra supersticiosamente frente a la tristeza, la soledad, la frustración. En el momento en el que confiesa ante la policía las aberraciones que su padre le inflige, la esfera, símbolo de todos sus lastres infantiles, es aplastada por un tren.
Sin embargo, el tema al que la película dedica más metraje es el del papel de la familia en la iniciación a la vida de los niños y niñas. En este punto, Achero Mañas se muestra en unos momentos tan atinado y certero como tópico y simplista en otros. La pintura de los entornos de el Bola y Alfredo a veces cae en una oposición esquemática, poco atenta a las paradojas y los matices de cada modelo:
¡ El Bola vive con sus padres y su abuela, una mujer enferma. El hermano mayor murió antes de que él naciera y la amargura ocasionada por ese hecho motiva el carácter amargado del padre y todo lo que de él se deriva. La madre calla ante la rigidez y los abusos de su marido. No hay comunicación, no hay risas, no hay cariño: una espiral sin salida conduce a la desdicha a todos ellos.
¡ Los padres de Alfredo son los jóvenes progres de los ochenta, que se han hecho adultos asumiendo sus experiencias y sus principios liberales positivamente. Sus apariencias (tatuajes, pendientes, ropa juvenil) y su comportamiento (la amistad entendida como un lazo tan estrecho como la familia, la inclusión en su círculo de relaciones de homosexuales o personas con problemas de drogadicción…) escandalizaría a los defensores de lo políticamente correcto. Optan por el diálogo en el trato con su hijo. Son abiertos, no imponen ningún valor ni ninguna norma, dejan vivir libremente a Alfredo, aunque se equivoque, e intentan educar e insuflar un estilo de vida mediante el cariño, el ejemplo, la cercanía.
El director sintetiza en una bellísima idea visual esta oposición que peca a veces de reduccionista: el padre de Alfredo tiene un negocio de tatuajes y, en una de las escenas, tatúa a su hijo en la espalda un sol; los únicos tatuajes de los que entiende el padre de el Bola son las magulladuras y las contusiones con las que adorna atrozmente el cuerpo de su hijo.
Jesús Villegas