El protagonista de esta interesantísima película resulta, cuanto menos, sorprendente: un inteligente muchacho judío que milita activamente en las filas del movimiento neonazi americano. El creyente nos propone una aguda reflexión sobre las bases intelectuales en las que se funda el fascismo y la intolerancia, sin caer en ningún momento en la tentación moralista, sino más bien atreviéndose a bucear en los entresijos de una mente confusa, en la que chocan sin solución viejas creencias y nuevas ideas. Enumeramos a continuación los principios en los que funda el muchacho protagonista de la cinta su visceral repulsa por su propia raza:
– Daniel basa su odio hacia el judío y lo que representa en un episodio bíblico, el que protagonizan Abraham e Isaac. Frente al hombre, que no es nada, se alza Dios, que es todo. El comportamiento radical de Daniel (en una escena repetida varias veces increpa a Dios para que lo fulmine con un rayo) está motivado por la rebeldía contra esa divinidad tan silenciosa como autoritaria.
– Daniel piensa que el mundo moderno es una enfermedad judía, por eso deben ser exterminados los responsables de ese mal. Con esta premisa, el protagonista se despacha a gusto contra todo lo que representa esa cultura: al tratarse de un pueblo desarraigado, sin tierra, tienden a la abstracción por horror ante lo material y concreto.
– Daniel aborrece la impasibilidad del judío ante el tormento y su actitud pasiva frente a cualquier agresión. Llega a considerar que, además, esa indolencia ante la vejación se trata de su mayor arma, ya que la historia ha demostrado que se fortalecen en la persecución y el exterminio. Desean ser odiados pues, cuanto peor son tratados, más fuertes se hacen.
– En último extremo, el judaísmo carece de sentido puesto que no supone creer, sino actuar de una determinada manera porque lo dice la Torá, sin otro motivo, sin justificación lógica posible.
– Con este arsenal de ideas, tan discutibles como pasmosamente elaboradas, Dani se lanza a la tarea de patear judíos, poner bombas en las sinagogas y adoctrinar nuevos adeptos para la propagación del fascismo intelectual por el mundo. Su cabeza neonazi lucha con su corazón semítico, en una pugna que acabará por destruirlo y, hasta cierto punto, redimirlo. La frase final de la película, proferida por el rabino mientras Dani sigue en su loca ascensión por las escaleras, dota aún de más complejidad a una historia tan sugerente como demoledora: “Detente, adónde piensas ir, ahí arriba no hay nada”. ¿Dios ausente, Dios inexistente, Dios omnipresente y tramposo, que escamotea su presencia incluso en el momento definitivo?
El creyente me parece apasionante desde el punto de vista pedagógico por varios motivos:
– Porque nos habla del nazismo desde un punto de vista ideológico, no, como en otras ocasiones, desde una óptica sociológica (no hay razones externas para que Dani sea nazi, si exceptuamos el carácter crítico de su padre hacia las verdades y los ritos de su religión) o moral (no hay condena directa del personaje, sino mero análisis casi entomológico del mismo).
– Porque, como en otras películas de esta temporada (Señales, Hijos de un mismo Dios, Escalofrío, Sin noticias de Dios: hablaremos de todas ellas), se propone determinada imagen de Dios, ese personaje tan poco presente en el debate cinematográfico actual.
– Porque la escisión de Dani no es más que la propia bifrontalidad de cada uno de nosotros, aunque aquí llevada al límite con una genial fuerza expresiva.
– Porque es cine, en definitiva, de ideas, sin renunciar a ser cine de imágenes: brillantes ideas visuales subrayan el carácter dual de Dani: su figura desdoblada, luchando contra sí mismo, vestido de nazi y de judío, o alzando la mano con gesto hitleriano mientras recita una oración, o contemplando cómo había transformado paultatinamente en su cuaderno escolar el aleph, la primera letra del alfabeto hebraico, en una esvástica… Se puede decir más alto, pero no se puede decir mejor con imágenes en qué consiste la dualidad del alma humana.