En un mundo en el que se valora la grandeza de una persona
por los títulos que posee, por las apariciones en los medios públicos
o por el grosor de billetes que guarda en la cartera…
enséñanos, María, a gritar contigo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor.
En un mundo lleno de alegrías efímeras, en el que las personas seguimos
buscando la felicidad a escasos centímetros de nuestro propio ombligo…,
enséñanos, María, a gritar contigo:
Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.
En un mundo en el que la humildad, los últimos puestos, el anonimato
o el trabajo desinteresado los ostentan personas que son tildadas de “pobrecitos”…,
enséñanos, María, a gritar contigo:
Porque ha mirado la humillación de su esclava
En un mundo que aplaude y pasa la mano por el hombro a aquellas personas
que siguen tras las huellas del todopoderoso éxito o poder…,
enséñanos, María, a gritar contigo:
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
En un mundo tan acostumbrado a confundir la misericordia de Dios
con tener un chalecito en la costa, un “peazo” coche o un nuevo modelito
a estrenar cada semana, y somos incapaces de reconocer el amor de Dios
en las pequeñas cosas de cada día…, enséñanos, María, a gritar contigo:
Su nombre es santo y su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación.
En un mundo en el que hemos olvidado quiénes son
los auténticos bienaventurados de Dios,
y seguimos echando cantidades industriales de azúcar a las palabras del Maestro,
para que no alteren, ni una pizca, nuestro biorritmo de cristianos cumplidores…,
enséñanos, María, a gritar contigo:
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
En un mundo al que no parece interesarle rescatar
“la memoria misericordiosa de Dios” y preferimos mandarle al cielo
con una pensión-limosna por los servicios prestados,
en lugar de reconocerle cada día caminando a nuestro lado…,
enséñanos, María, a gritar contigo:
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahám y su descendencia por siempre.
José María Escudero