El ombligo

1 noviembre 1999

La naturaleza ha hecho bien al dar a cada uno su ombligo.

El ombligo nos habla de aquellos primeros meses de nuestra existencia en los que de­pendimos de nuestra madre. Experiencia de «útero materno», de bienestar, de calor, de protección, de pequeño cielo en la tierra… Experiencia también de pobreza y depen­dencia total, de falta de autonomía y libertad personal.

¡Pero se estaba tan bien en aquel seno materno! Tal vez por eso seamos tan aficiona­dos a «mirarnos el ombligo».

En los momentos de desfallecimiento, de tristeza, de desesperanza… sólo hace falta agachar la cabeza, abrir los ojos y enseguida uno sólo ve el propio ombligo.

El ombligo es algo amigable, misterioso, fraternal.

El ombligo de los demás nos suele importar muy poco, ni siquiera el de las chicas que lo llevan al aire. Y es que para ombligo, el que cada uno tiene es el mejor y el eje del mundo.

El ombligo parece que señale el centro de la propia persona… y cuando uno se con­vierte en el centro, todo lo demás gira en torno suyo y llega a desaparecer.

Mirar de cerca el propio ombligo, puedes hacer la prueba, impide muchas veces el ver más allá de uno mismo.

Seguro que Dios, cuando nos dio el ombligo, no imaginó que le íbamos a dar tanta importancia. Si nos volviese a crear, tras la experiencia, nos pondría el ombligo en me­dio de la frente. De esta manera estaríamos obligados a mirar a los demás. Entonces ve­ríamos que hay ombligos de negros y de blancos, de enfermos y de sanos, de pobres y de ricos, de marginados y de famosos, de tristes y de gente feliz, de… ¡Cuántos ombli­gos y qué diferentes! No me extraña que Dios no tenga ombligo. ¿Para qué, si no tiene tiempo de mirárselo? ¿Para qué, si Él está siempre pendiente de nosotros?

CARLOS G. VALLÉS

 

PARA TRABAJAR Y ORAR

1.Empezar comunicando lo que sugiere el «ombligo»; o «mirando el propio ombligo» durante un rato y expresando sentimientos e ideas que sugiere la sencilla experiencia; o escribiendo una carta al pro­pio ombligo…

Leer y comentar este texto.

2.Atarse una cuerda a la cintura, como si fuese el propio cordón umbilical, y responder estas pregun­tas: ¿Qué «madres» han alimentado tu vida y te han hecho crecer? ¿A quiénes y cómo has hecho tú de «madre»?

4.Pintar a los compañeros un ombligo en la frente, mirar los otros ombligos. ¿Te miras mucho el propio ombligo? ¿Sabes «descentrarte» para «mirar el ombligo de los demás»? A Cristo se le define el «para ­los demás». ¿En qué medida se puede decir esto de ti?

5.Orar: sintiéndose unido a Dios-Madre-Amor (se puede atar la cuerda-cordón umbilical a una imagen de Cristo); agradeciendo la vida que me dan tantas personas; pidiendo perdón por mirar tanto el pro­pio ombligo; ofreciéndose a ser «madre» para tantas personas que lo necesitan…

JOSÉ SORANDO

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