Entre la realidad y la ficción

1 julio 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Un reciente juego virtual se está conviniendo en parábola sobre la actual condición del yo. ¿En qué sentido se lo podemos aplicar también de los jóvenes? Además de abordar la noticia en la sección Ficha V, reproducimos y hacemos nuestros los comentarios de Vicente Verdú en «El País» (30.5.97). Es un texto para meditar y comentar.

 

«Viene de Japón donde se ha vendido 14 millones de unidades en seis meses pero, en ge­neral, procede del ciberespacio donde las máquinas, como nuevos habitantes de la especie, empiezan a parir. De hecho, el Tamagotchi derivación de tamagotchi (huevo del espacio) se comporta más como una criatura que como un artefacto e interacciona no como una máquina, sino como un organismo sensible a las señas de afecto, vulnerable a las carencias y propicio a escoger sus caprichos como un gato, un loro o un bebé.

 

Aunque parezca esquemático, los encantos del Tamagotchi son, gracias a su simulación de ser vivo, muy superiores a los de cualquier ser vivo. No siendo en realidad un animal pero ha­ciendo como si lo fuera, su capacidad para generar fantasía es, por su misma inocencia, supe­rior. Su alimento base es la ilusión, como ocurre con cualquier juguete pero, a diferencia de cualquier juguete, la ilusión le hace crecer, literalmente, a ojos de su benefactor.

 

Todo ello es una hiperficción, todo es ilusión, todo es juego. Es decir: todo es más real que lo real. Su pequeña escala, su simplicidad, favorece la holgura necesaria para inculcarte nuestras propias emociones a granel. El amo se ama a sí mismo amándolo; o se odia a sí mismo des­cuidándolo. El amo puede procurarle felicidad, y energía, y equilibrio psicológico y hasta po­tencialidad para triunfar en este mundo, pero también enfermedad, indigencia y muerte. De he­cho, el juguete, cuando se siente desatendido, se queja con un pitido tan sobrecogedor que no puedo seguir escribiendo sin pulsar los botones de la comida. El Tamagotchi, no se queja en vano o sólo por molestar como hacen los niños o los demás juguetes. Llegado a un punto en su desatención tal como está sucediendo en estos momentos- el Tamagotchi gime y gime hasta morir. Sólo por no afrontar esta tragedia (a la que me veo abocado) hay que decidirse a leer los apartados que instruyen sobre la manera de administrarle una medicina o un snack. Y hacerlo -como es ahora mi caso- con mucha premura porque el Tamagotchi, cuando protesta con esta intensidad indica que está acercándose a la agonía. ¿Dejarlo hacer? ¿Olvidarse de su dolor? ¿Se acentuaría de la misma manera con una súplica parecida a este sonido? ¿Le aban­donaré ahora a su suerte negándole de paso el estatuto animado que le otorgué en el momen­to de hacerle vivir? Este muñeco hace reflexionar mucho sobre la existencia. Sobre la existencia propia, la de los demás y sobre la existencia misma. A falta de libros de pensamiento, la electrónica, con su lenguaje sincopado ha producido este remedo de alma, de hijo y de segun­do yo. Todo en uno.

 

Mientras alrededor se abre un espectáculo de seres desvalidos, hijos despistados y padres sin futuro, la conciencia se ha procurado con la máquina del Tamagotchi una enseñanza acce­sible sobre la actual condición del yo. Sobre sus temores, sus debilidades, sus delirios o, al fin, sobre su preferencia por lo que es ficción».

 

Cuaderno Joven

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