Y es que Dios, como tú, como yo y como la mayoría de los seres humanos tiene sus propios gustos y aficiones… Y entre sus aficiones destaca una: el coleccionismo.
Seguramente que en algún momento de tu vida también a ti te ha interesado este tema: tal vez unos cromos de fútbol, unos sellos o unas monedas antiguas o, quizá, unos coches en miniatura, unas estilográficas o unos dedales… El caso es que Dios también tiene sus propias colecciones que, como comprobarás a continuación, son un tanto diferentes a las nuestras. |
- Dios colecciona cartas. Y todos los días te envía una en forma de evangelio, de buena noticia, esperando a qué tú le contestes… ¿Qué es imposible? ¿Qué no sabe tu dirección? ¡Anda! Revisa bien el correo, pues el Amor es la única carta que llega siempre a su destino, aunque se ponga mal la dirección al enviarla.
- Dios colecciona sueños. Pero no pienses que se pasa todo el día “en babia”. No, no, los sueños de Dios se diferencian de los nuestros, porque precisamente el sueño de Dios es aquel, y valga la redundancia, que le quita el sueño (con menudas ojeras se levanta todos los días) mientras los nuestros, en la mayoría de los casos, son aquellos que nos gustaría tener pero que no hacemos nada por conseguirlo…
- Dios colecciona llamadas perdidas. Las que todos los días te envía a través de tus hermanos. Le gustaría deshacerse de ellas, pero me temo que si tú sigues teniendo en tu vida el silenciador activado o tu corazón sin batería o, en definitiva, haciendo oídos sordos a tus hermanos, Dios seguirá aumentando, desgraciadamente, su colección.
- Dios colecciona sonrisas. Sufre más que nadie por cada uno de sus hijos, pero Él sabe mejor que nadie que no puede encerrarse en las lágrimas, pues éstas suelen ser el gran remedio de los cobardes y además, como decía uno de sus hijos, sólo sirven para regar berzas y las riegan mal.
- Dios colecciona nombres. Tiene miles y miles y ninguno repetido. Y es curioso, mientras nosotros coleccionamos los nombres de nuestros artistas preferidos o de nuestros deportistas de élite, Dios todo lo contrario, en su colección brillan nuestros nombres, en especial el tuyo…
- Dios colecciona premios. Toda una estancia de su casa llena de trofeos, medallas, condecoraciones, diplomas… Y aunque te cueste creerlo, ninguno le pertenece a Él, sino a sus hijos. No, no creas que tiene la medalla que ganaste en la olimpiada del instituto o las dos licenciaturas que, majestuosamente, penden de tu despacho… No, no, Dios tiene otro tipo de trofeos: la medalla al trabajo bien hecho, el premio a la solidaridad, la diplomatura en humanidad, el máster en tolerancia… Por cierto, ¿tendrá alguno tuyo?
- Dios colecciona momentos. Pero ni el día que acabaste la carrera, ni el mes que estuviste de misiones, ni el año que ascendiste dos puestos en tu trabajo… Dios guarda celosamente en su corazón la sonrisa que, todos los días, regalas a la anciana del 5º o el saludo con el que, todas las mañanas, tengas el día pletórico o te hayas levantado con el pie izquierdo, te diriges al conductor del bus…
- Dios colecciona respuestas. Ante un problema, una duda, una situación confusa, Dios puede echarte una mano y poner un poco de luz donde tú sólo ves oscuridad.
- Dios colecciona cachivaches. Tantos que el Servicio de Limpieza del Reino ha duplicado su plantilla. ¿Te acuerdas del garabato que regalaste a tu madre el día de su cumple? ¿O el graffiti que te regaló el compañero marroquí antes de que le ingresaran en un centro de menores? Y es que la grandeza de Dios se manifiesta a través de las cosas más simples, más insignificantes.
- Dios colecciona horas libres. No es que Dios se pase el día tumbado “a la bartola” ni mucho menos. Pero Dios siempre saca tiempo cuando alguien, como tú, necesita de su ayuda… ¡Haz la prueba!
J. M. de Palazuelo