LA GENERACIÓN DE LA LLAVE

1 octubre 1998

«¿Por qué voy a tener que querer a nadie, si a mí no me han querido?, preguntaba con rabia Miguel, de 12 años, al psiquiatra al que le habían llevado sus padres «porque estaba imposible». Miguel se había convertido, según sus padres, en un adolescente rebelde, con problemas en los estudios y que sólo vivía para estar con su pandilla.

 

Miguel es uno de tantos niños que llevan la llave de casa colgada del cuello, ya que ellos mismos tie­nen que abrir la puerta porque no hay nadie esperándoles. Es uno de tantos niños y adolescentes que pertenecen a lo que los psiquiatras han bautizado en los últimos años como la generación de la llave.

 

Desde hace unos 10 años este fenómeno está generando diferentes trastornos psiquiátricos en los niños.

 

En los hogares de los niños de la llave, se desestructura el concepto de organización familiar. Los padres llegan cansados a casa, sin ánimos para dialogar con sus hijos, jugar con ellos o ayudarles a hacer los deberes, y empieza a producirse un distanciamiento y una pérdida de la autoridad paterna.

 

Los niños, ya sea el hijo único o varios hermanos (es frecuente responsabilizar al mayor de los más pequeños), al pasar tantas horas solos, dejan de hacer los deberes, meriendan mal y pasan mucho tiem­po en la calle, generalmente agrupados en pandilla.

 

Estos niños tienen grandes sentimientos de soledad y de abandono: incluso pueden llegar a la con­vicción de que sus padres no les quieren. Algunos son incapaces de amar, porque no se sienten queri­dos y nadie les ha enseñado a amar. Se produce una inestabilidad afectivo-emocional. Aparecen enton­ces conductas contestatarias, de rebeldía o indisciplina, o estados de aislamiento, tristeza y depresión.

 

Puede darse una triada de efectos en los niños de la llave menores de 12 años: ansiedad de evitación, por la que se aíslan y evitan enfrentarse a cualquier situación que les resulta estresante; crisis de angus­tia, que se puede manifestar con alteraciones visuales, como pequeñas alucinaciones y deformación de las imágenes reales, y trastornos de adaptación, al no vivir el papel que les corresponde por su edad.

 

Cuando los niños han superado los 12 años, los efectos en el caso de los varones se expresan gene­ralmente en comportamientos rebeldes y agresivos, con rechazo a las normas sociales, y en estados depresivos en las niñas.

 

A veces el problema es somatizado y aparecen síntomas físicos, como alteraciones del sueño, pérdi­da de apetito, pérdida de peso y trastornos gastrointestinales. Los médicos cuentan que a veces estos niños acuden a las urgencias hospitalarias por una fuerte gastroenteritis. Un estudio clínico posterior más amplio revela que este trastorno en realidad es una somatización de un problema psicológico más complejo.

 

El síndrome de deprivación afectiva que suelen sufrir estos niños que se sienten solos, según Rubín, se puede expresar también a veces en trastornos severos como la anorexia, sobre todo en las adoles­centes. En los chicos puede disparar el alcoholismo.

 

Sentirse amado es fundamental para el equilibrio del ser humano en cualquier momento de la vida, pero mucho más en los procesos de desarrollo físico y emocional, como son la infancia y la adolescen­cia.

 

PARA HACER

  1. listos son los rasos psiquiátricos de los niños que están solos en casa al llegar del colegio. Leer y comentar las ideas que aparecen en el texto.
  2. ¿Cuál es nuestra relación con nuestras padres? Hacer una lista de tres cosas que les agradecemos y de tres cosas que les pedimos todavía hoy. Aportar las causas y comentar.
  3. Relacionar este texto con la imagen de este mismo número de Cuaderno Joven, cuyo contenido ilustraba.

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