La convocatoria del macrobotellón al comienzo de la primavera de 2006, a la que ya aludimos en el número anterior de Cuaderno Joven, siguió dando que hablar. A título de ejemplo, reproducimos la nota que, bajo el título que hemos mantenido arriba, escribía el 17 de marzo pasado Antonio Pérez Henares en su blog. Decía así:
Algo ha debido pasar, y así a primera vista no parece que sea bueno, para que las generaciones de jóvenes hayan pasado en treinta años de proclamar “queremos cambiar el mundo y lo queremos ahora” a convocar, eso sí con las mas modernas tecnologías, la gran movilización en pro de la borrachera masiva. Las ideologías y rebeliones, con causa o no, vienen a culminar en la definitiva catarsis: el botellón.
Algo se venía venir, desde luego. La moda convertida en seña de identidad filosófica, el fútbol como razón mayoritaria de felicidad o depresión vital e intelectual, y las marcas como máxima expresión y categoría de pensamiento no podían culminar en cosa diferente en que el alcohol se convirtiera en el símbolo “revolucionario” de una generación. Beber en masa es la consigna;la apoteosis etílica, la utopía; y la resaca, la medalla al valor con que se condecora a los héroes rebeldes.
No es escándalo. Desde luego a mí no me lo provocan y hasta entiendo que protesten porque les crujan con los precios y expriman su ocio como aves de rapiña. Hasta lo de tomarse el trago al aire libre y hacer su corrillo mas barato y a su bola tiene su aquel y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. No es escándalo, digo, es cierta y perpleja pena.
La sociedad del consumo, el dinero, el éxito, el poder, la basura y la telefama han generado estas manadas de aburridos derechohabientes, mimados, consentidos, algodonados, sin capacidad ni para la ilusión ni para el esfuerzo, borregos hasta en su reivindicación de identidad, sin deberes, ni metas, sin impulsos, sin genio, sin pulso. Hastiados, se aburren, exigen que les llenen desde fuera lo que es puro erial, puro vacío interno, y rompen cosas y golpean los muros y las papeleras cuando en realidad lo que se están rompiendo es la cabeza. Y el futuro.
Porque todo lo tienen y de nada les falta. Pero todo les ha sido dado: todo por añadidura, nada por logro. Tanto tienen y tan corta vista y objetivo que no aspiran a nada. Ni a un sueño. Están hartos. Nada necesitan. Solo una borrachera. Pobrecillos. ¡Que viejos!
Transcribimos esta visión, no porque estemos del todo de acuerdo con ella, sino porque refleja la preocupación de algunas personas por los valores de los jóvenes, más allá de hechos concretos. Por cierto, ¿qué nos parece lo que dice ese autor? ¿Qué les parece a los jóvenes con los que estamos?
Por otra parte, los botellones se siguen celebrando es España cada fin de semana, y más con ocasión del verano. ¿Qué hay detrás de ello? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué podemos hacer como educadores?
Véase también lo que en la página siguiente dice Francesc Torralba. Es una guía para, como educadores de jóvenes o como jóvenes, plantearnos qué nos está pasando y qué podemos hacer. Hagámoslo pues.
Cuaderno Joven