Qué tiene en común la hermana Mana Antonia, directora de la escuela subvencionada «Madre Teresa” con los consumidores críticos? La impensable respuesta es: todos ellos, antes de llenar el carro de la compra, son muy cautos. De los consumidores críticos conocemos sus campañas contra las multinacionales, los ataques a las contradicciones del mundo del consumo. Pero nadie se imagina que en una escuela de pueblo, llevada por salesianas, haya alguien que piense como ellos. Hasta el año pasado, en el comedor de la escuela infantil, donde cada día comen 150 niños, se comía chocolate Nestlé, yogurt Danone, quesitos Kraft y otro tipo de meriendas. Ahora han desaparecido, aparcadas para siempre.
A traer el mensaje y a indicar el camino del comercio justo a la hermana Maria Antonia ha venido un misionero que volvía de Kenia, el padre Alex Zanotelli. En un encuentro que tuvo con las monjas de la congregación hace ahora un año, el religioso les había hablado de la explotación de mujeres y niños del sur del mundo, del desequilibrio entre costes de publicidad y de mano de obra, de la ausencia de tutela sindical, de la total indiferencia por los daños causados al medio ambiente por las multinacionales. De este modo las monjas han dicho basta, se han comprado el libro «Rebelión en la tienda” de Ed. Icaria, y entre las fichas que cuentan vicios y virtudes de las grandes sociedades alimenticias, han encontrado mil razones para no comprar sus productos.
¿La Nestlé? Qué horror -contesta divertida la hermana María Antonia-, en 1993, en México, ha intentado anular los derechos conquistados durante años por los trabajadores locales, en el ’94 las autoridades de Sri Lankra han impedido el desembarco de 15 toneladas de leche en polvo contaminadas con partículas radioactivas, y enel 1993 el Antitrust la ha declarado culpable de publicidad engañosa. Por no contar lo que han descubierto sobreotras empresas multinacionales, por ejemplo, de zumos tropicales (que factura 250 mil millones de pesetas al año): clima intimidatorio, salarios bajísimos, utilización de pesticidas prohibidos en el “primer mundo» que provocan impotencia. La única solución que han visto las monjitas es la de dejar de colaborar con situaciones injustas, boicotear a quienes se enriquecen gracias a la explotación y a la complicidad de los consumidores. La hermana Luisa, la ecónoma de la escuela, se ha puesto manos a la obra y ha descubierto que se puede comprar un buen queso en un productor vecino, que la fruta de la zona es buena y barata, que el chocolate producido por el comercio justo cuesta un poco más que el otro, pero vale la pena, y que los plátanos de Canarias garantizan condiciones de trabajo mejores a los trabajadores.
Así, superadas las dificultades iniciales, también la hermana Natalia, la cocinera, ha aprendido a prescindir de las grandes marcas, a hacer la compra teniendo una atención especial a los productos locales, aquellos de los que se puede saber el origen y que tienen un menor impacto ambiental (menos envolturas, menos conservantes o que no necesita un transporte excesivo desde su lugar de producción). Ha hecho conserva de tomate y mermeladas para todo el año durante las vacaciones. Y a principio de curso han organizado una reunión para explicarles a los padres lo que estaba sucediendo en las cocinas. Muchos de ellos se han comprado el libro. Se trata de una verdadera revolución de estilo eclesiástico. Me pregunto cuántos «no-global» han conseguido resultados pequeños pero tan concretos y evaluables.
Sara Stripoli
Alandar, febrero 2003
PARA HACER
- Cuando la hermana Antonia tomó estas decisiones (Por cierto, ¿qué nos parecen? ¿Qué podemos hacer nosotros?) no se había enterado de la pretensión por parte de Nestlé de cobrar a Etiopía en medio de una de las mayores hambrunas, el pago de 6 millones de dólares como indemnización por la nacionalización en 1975 de una sociedad a raíz de un golpe militar.
- Todo esto tiene que ver con una economía de justicia. Investigamos… y actuamos.