Porque tuve hambre y me diste de comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme (Mt 25, 35-36).
Todo el que se ha sentido fascinado por la mirada de Jesús y subyugado por su palabra se ha dejado interpelar por la urgencia del Reino que el Maestro ha anunciado y que reclama, como él nos enseña, pasar por la vida haciendo el bien, sanando y liberando a las personas. No es posible seguir a Jesús sin asumir las consecuencias de un compromiso que me lleva a no dar rodeos ante el dolor ajeno, a asumir sin ambages la necesidad del hermano y a jugármela por defender la justicia y la dignidad de las personas. Como creyentes que hemos adherido nuestra vida al Dios de la Vida cuyo rostro nos ha revelado Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de los seres humanos, hermanos nuestros, hijos de un mismo Padre.
La identidad cristiana y la espiritualidad evangélica nos inspiran para vivir un compromiso real y concreto con los más empobrecidos, con los olvidados, con aquellos a los que se les ha robado la dignidad o permanecen condenados a comer las migajas que caen de la mesa de los poderosos. La palabra de Jesús nos urge y nos impulsa a tender la mano para sostener y alentar; a abrir las puertas del corazón para acoger y proteger; a desvivirnos por los demás abriendo prisiones injustas y sanando heridas. El evangelio no admite excusas ni demora. Es urgente el amor de Cristo.
En nuestras sociedades plurales y complejas, aún en medio de un feroz individualismo y del predominio del sálvese quien pueda, crece también una corriente de solidaridad y de preocupación por el otro que nos hace creer en el corazón humano con la conciencia de que no todo está perdido. Con la brisa suave de un humanismo creativo —a pesar de otras tempestades que hablan de egoísmo, búsqueda de uno mismo y descartes de los inservibles—, se abre paso una nueva civilización que apela a la solidaridad, al reparto equitativo de los bienes o la igualdad de oportunidades. Gestos sociales y políticos de millones de ciudadanos anónimos que dedican tiempo y energías a mejorar la realidad nos reconcilian con el ser humano y dejan abierta la puerta de la esperanza.
No cabe duda de que estamos ante un tema relevante para nuestra praxis pastoral con jóvenes en un momento social y eclesial en el que, como nos recuerda el papa Francisco, hemos de seguir creciendo en “la conciencia de que es toda la comunidad la que los evangeliza y en la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor en las propuestas pastorales” (ChV 202). Ojalá estas páginas ayuden a seguir renovando nuestra pastoral juvenil y a ofrecer respuestas significativas desde el evangelio a las urgentes necesidades de las personas.
El compromiso social y el voluntariado en favor de los demás no son una exclusiva del cristiano, pero desde la propia identidad creyente podemos también aportar al bien común y darle la vuelta a este mundo nuestro para que todas las personas puedan vivir en paz y con dignidad. Lo que distingue al seguidor de Jesús es la mirada y el latido del corazón. La mirada del Maestro es la del buen pastor, su latido la pasión por el reinado de Dios en las entrañas del mundo. No se trata solo de dar unas horas de mi tiempo o compartir mis capacidades al servicio de los demás, y ya es tanto. Es un modo de vivir, una lógica alternativa que me hace mirar la realidad con otros ojos, sin juzgar ni condenar, haciendo de mi día a día un elogio de la compasión; caminando dos millas con quien me ha pedido acompañarlo una; compartiendo lo que soy y lo que tengo; dando sin esperar recibir nada a cambio; sanando con el aceite de la bondad y con el bálsamo de la acogida.
Compromiso social y voluntariado no son patrimonio de la Iglesia. Pero los cristianos nos sentimos absolutamente implicados con nuestro empeño cotidiano en que este mundo nuestro se parezca cada vez más a lo que Dios ha soñado para nosotros desde siempre. Por eso, nos concierne el acompañamiento y la educación de los jóvenes creyentes para que nuestra opción por Jesús y su evangelio nos abra a un compromiso personal y comunitario. Lo expresamos con un modo sencillo y solidario de vivir compartiendo los bienes, en la cercanía con los más necesitados o en el activismo social y político para liberar estructuras injustas.
En nuestra revista MISIÓN Joven hemos querido reflexionar sobre las implicaciones del compromiso social derivado de nuestro ser creyente. Vinculada a la reflexión sobre el testimonio profético al que dedicamos el número de abril, en esta ocasión profundizamos en la necesidad de que nuestra pastoral juvenil favorezca experiencias de compromiso social y voluntariado para responder a las urgencias de la realidad que nos envuelve y del grito de la tierra que clama por un planeta más verde y una sociedad menos desigual y más justa. Proponemos tres estudios que nos parecen particularmente cualificados:
- Vocación y misión: renovar la vida, la pastoral y la Iglesia, de Roberto Calvo Pérez, profesor de la Facultad de Teología del Norte, en el que el autor profundiza en la dimensión misionera de la vocación cristiana como clave teológica desde la que pensar y actuar la pastoral.
- Compromiso social y vida cristiana, de Jota Llorente, bien conocido por nuestros lectores, que ahonda en la compromiso creyente como dimensión esencial del seguidor de Jesús y como opción vital que empeña la vida entera en un servicio creativo y transformador de las personas y de la realidad.
- Voluntariado misionero: retos para la pastoral Juvenil, de José Carlos Sobejano García, coordinador de animación misionera y voluntariado de salesianos Madrid, que aborda el voluntariado misionero como vocación y opción prioritaria para el cristiano, partiendo del ser del bautizado y actualizando la reflexión a partir del magisterio de los últimos pontífices.
Ojalá estas miradas desde diferentes ángulos nos ayuden a proponer estrategias concretas que hagan del compromiso social no solo un momento en la propuesta de pastoral con jóvenes, sino una opción vital que caracterice el ser cristiano hoy, implicado en la transformación de la realidad que nos toca vivir.
José Miguel Núñez