«La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación»
(San Juan Pablo II, Carta apostolica Mulieris dignitatem, 15 agosto 1988)
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Se ha escrito mucho sobre el papel de la mujer en la Iglesia, pero creemos que aún queda mucho por hacer para comprender cómo abordar el difícil trabajo cotidiano de reconocer la «fuerza eclesial y social de las mujeres», como indica el Papa Francisco. El argumento de la presencia de la mujer en la Iglesia no es reducible a una redistribución de roles, sino que debe ampliarse a una debida comprensión de cómo dar cabida a la originalidad femenina para enriquecer la Iglesia de manera más significativa y decisiva. La atención a veces se centra exclusivamente en las funciones o ministerios de las mujeres, en lo que hacen o no hacen, en lo que pueden o no pueden hacer. Este tema es ciertamente importante y debe ser considerado con seriedad, con amplitud de miras; sin embargo, éste es sólo un aspecto de un contexto más amplio.
Con la cita de San Juan Pablo II que encabeza esta breve editorial se nos recuerda que la mujer «en» y «de» la Iglesia, puede mostrar al hombre contemporáneo, encerrado en su individualismo autorreferencial, que en el origen de su vida está el gran amor del Padre por cada uno de nosotros. La misión de la mujer en la Iglesia debe ser cualitativamente significativa.
La Libreria Editrice Vaticana publicaba en el 2024 un volumen titulado «Diez santas mujeres: artífices de humanidad» donde se explora la santidad de diez mujeres que, en épocas y culturas diferentes, con estilos propios y diversos, y con iniciativas de caridad, educación y oración, han dado prueba de cómo el «genio femenino» (expresión de San Juan Pablo II) y han reflejado de manera única la santidad de Dios en el mundo. Esta contribución inédita a la humanización y evangelización del mundo en diferentes épocas y países se repite hoy. Sí, la mujer es un pilar en la Iglesia, con creatividad e ingenio, con expresiones de solidaridad, generatividad y valentía.
El Papa Francisco no se ha cansado de invitarnos a activar procesos para promover la contribución de las mujeres dentro de la Iglesia. Esta famosa cita es una muestra: «Los laicos son protagonistas de la Iglesia. Hoy es necesario ampliar los espacios de una presencia femenina más incisiva en la Iglesia, y de una presencia laical, por supuesto, pero enfatizando el aspecto femenino, porque en general las mujeres son apartadas. Debemos promover la integración de las mujeres en los lugares donde se toman las decisiones importantes. Recemos para que, en virtud del bautismo, los fieles laicos, especialmente las mujeres, participen más en las instituciones de responsabilidad en la Iglesia, sin caer en clericalismos que anulan el carisma laical y arruinan también el rostro de la Santa Madre Iglesia» (Francisco, Angelus, 11 octubre 2020).
Precisamente sobre la base de esos elementos distintivos de la feminidad creemos que las mujeres tienen una disposición peculiar para ser «hacedoras de humanidad» por su fuerza para afrontar las dificultades, su capacidad de concreción, su visión clarividente -profética- del mundo y de la historia, así como esa disposición natural a ser proactivos hacia lo más bello y humano según el plan de Dios. Uno es humano por nacimiento, pero nuestra humanidad es también una tarea, una esencia que hay que poner en práctica y cultivar, y las mujeres, en la
Por eso, desde estas páginas nos planteamos esta reflexión a tres voces:
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José Joaquín Gómez Palacios analiza la evolución del rol femenino desde la antigüedad hasta la participación de las mujeres en las primeras comunidades cristianas. La llegada de Jesús de Nazaret marcó un cambio significativo, ya que mostró una actitud inclusiva hacia las mujeres, a quienes liberó y reconoció como discípulas y evangelizadoras.
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Carmen Víllora Sánchez propone educar para transformar la Iglesia y la sociedad, buscando la integración plena de la mujer, plantea fomentar el pensamiento crítico, la lógica del cuidado y la cohesión comunitaria para una Iglesia sinodal renovada.
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María José Silva Muro destaca el liderazgo femenino en la Pastoral Juvenil, inspirado en elmodelo de María, priorizando visibilizar y formar a mujeres en espacios pastorales y decisorios para una Iglesia más sinodal e inclusiva.
Al término de estas palabras, un agradecimiento a quien ha dirigido con inteligencia pastoral y dedicación la revista MISIÓN JOVEN estos últimos cinco años, Jose Miguel Nuñez. Le deseamos mucho éxito y felicidad en su camino y, sobre todo, la luz del Espíritu en los próximos desafíos y los nuevos proyectos.
Miguel Ángel Garcia Morcuende, sdb
