La movilmanía ha llegado superando todas las previsiones: el móvil, sobre todo en la modalidad de prepago, fue el regalo de moda y el más obsequiado en las pasadas navidades (más de dos millones) de modo que los portátiles están a punto de superar a los teléfonos fijos.
Móviles para adolescentes
Lo importante del fenómeno es que una parte importante de esos cacharros iban destinados a los adolescentes. Muchas familias han dotado a sus chavales de un cacharro de tecnología GSM pensando en la posibilidad de mantenerles controlados. «Gracias al móvil, miles de adolescentes han negociado una ampliación de su horario nocturno de fin de semana, adentrándose en los albores del día a cambio de someterse a periódicas llamadas de control para calmar la angustia de sus progenitores». El sistema apenas aumenta la seguridad objetiva de los chicos, pero sí la capacidad de los padres para conciliar el sueño.
Un símbolo
Para muchos adolescentes, el móvil es uno de los objetos más preciados. Es un símbolo, un tótem. Y ya está suponiendo una etiqueta: llevar móvil es cosa de pijos y niños bien y de algunos aficionados a la música bakalao. El problema es que los móviles fardan: «A casi todos nos gusta. Lo que pasa es que los pijos los llevan a la vista y los que no lo son lo llevan guardado». Y que cada vez se extienden más: «Casi todos mis amigos lo tienen», dice un de 2º de la ESO. Por eso está apareciendo un problema añadido: los que no están «movilizados» se van convirtiendo poco a poco en auténticos parias de la comunicación.
Un juguete
La pasión juvenil por los móviles no es nueva. El teléfono es un medio importantísimo para los adolescentes porque les permite comunicarse sin verse cara a cara. Eso facilita contarse cosas que nos se dirían delante del otro. Los móviles ofrecen dos ventajas añadidas para los chicos: mayor intimidad que el teléfono familiar y una disponibilidad casi total.
Ahora, además han aprendido a usarlos como un juguete. En la mayoría de los casos los móviles se regalan con una tarjeta prepago con el compromiso de limitar las llamadas y con la amenaza de no recargarla. Ello ha desarrollado entre los jóvenes el hábito de transmitir mensajes escritos cuyo coste es muy inferior a los mensajes de voz: ciento sesenta caracteres por cinco duros sin tener que dar la cara. La fórmula favorece la relación entre los más tímidos o los más osados, que son capaces de decir cosas que nunca expresarían en una conversación directa.
Las batallas
La fiebre de los mensajes está causando algún inconveniente en las aulas. A pesar de estar prohibidos los móviles en la mayoría de los centros, en algunas aulas se siguen escuchando los bib bip que anuncian la llegada de un mensaje que leen con avidez. Y se nota a los chicos más pendientes de la redacción de textos telefónicos que de las explicaciones del profesor. Lo hacen con economía lingüística y de bolsillo: mensajes escritos, tecleados en clave y a toda velocidad, en una jerga basada en abreviaturas y símbolos (supresión de vocales y h, cambios de letras, inclusión de iconos…) que los adultos no siempre comprenden: «Kdms n l mtro mñn a ls 6?»
La distracción y el juego pueden llegar ser casi un vicio. Algunos han descubierto que, si accionan el botón de contestar nada más recibir la llamada, aparece en la pantalla el mensaje «llamada perdida» y se pasan el día llamándose y compitiendo para ver quiénes tienen más mensajes al final del día. Es una fiel parábola de las batallas inútiles de muchos jóvenes actuales que siguen buscando un mensaje definitivo…, aunque no sea más que por hoy.
HERMINIO OTERO
Para hacer
1. Comentar lo que se dice en el texto: qué nos sugiere, qué refleja, qué conclusiones sacamos… 2. Trabajar también a partir del dibujo de M. Calés («El País», 29-1-00) que acompaña el texto. |