A Tony Blair no le gusta cómo sale la guerra en la nueva televisión. El otro día se quejó en la rueda de prensa de Camp David, delante de un Bush que sólo entiende de cine viejo, al estilo John Wayne, de que el verdadero problema de esta guerra es que parece durar mucho más de la cuenta sólo porque es retransmitida por las cadenas en formato de información continua, 24 horas sobre 24, y en tiempo real. Esa nueva costumbre mediática desmoraliza mucho al público, amplifica el horror, alarga el timing y siembra el globo de rumores no emitidos por el alto mando. Por lo visto, ese famoso efecto perverso de la sesión continua y de la webcam permanente y panóptica no estaba previsto en los cálculos de la estrategia aliada.
A Tony Blair no le gustan los nuevos formatos de esta guerra. Ni las nuevas cadenas televisivas de información continua ni los viejos periódicos de información continua colgados en la Red. Él hubiera preferido el tradicional formato del telediario de tres cuartos de hora, en prime time, con un directo muy puntual y los titulares de papel del día después.
Pero la puntería sobre Bagdad empezó a fallar, y el rally Kuwait-Bagdad, a ralentizar; ocurrieron los primeros efectos colaterales de sangre y arena, los corresponsales se decidieron a salir a la calle, muy a deshora, con sus videoconferencias verdosas, y como siempre, Al Yazira no respetó las reglas del juego; en este caso, los horarios del prime time europeo. Así es como se fue al carajo el antiguo formato telediario tan deseado por Blair, y cuando los bombardeos empezaron a ser aleatorios, incluso obscenamente diurnos, el público global desertó de los viejos telediarios y se enganchó a las cadenas de información continua, a los periódicos electrónicos de información continua, a los rumores de información continua de Internet, al boca oreja del ciberespacio y se dedicó a zapear sin orden ni concierto ni el menor respeto por la teoría de los medios «específicos y dominantes» con la que nos machacaron los comunicólogos del siglo pasado.
Ocurrió la temida contaminación mediática. Pero no sólo saltó por los aires el telediario dominante con su duración de tres cuartos de hora; también falló el famoso formato cine con el que los comentaristas despistados intentan metaforizar esta guerra por aquello del Séptimo de Caballería… Aquí, en cuanto a metáfora narrativa, también hay que cambiar rápidamente de formato. Porque si la primera del Golfo, como se dijo, fue una guerra de videojuego por aquello de que en pantalla sólo veíamos el punto de vista del misil desde el punto de vista del telediario, videojuego primitivo; la segunda, como su propio nombre indica, tiene como modelo exacto las hazañas bélicas de la P1ay Station 2. Ya no hay una sola mirada, la del que al mismo tiempo apunta, dispara y cuenta, como en la P1ay Station l, ni una sola estrategia determinada de antemano, con muy poca incertidumbre y casi nada de interactividad. Ahora, en la segunda consola, son varios jugadores y puedes adoptar a tu antojo uno u otro rol, miradas diferentes, plurales, saltas continuamente de pantalla y de escenario, la estrategia cambia según van ocurriendo los acontecimientos, también puedes jugar on line, el enemigo reacciona, los muertos y los destrozos se ven mucho, con detalle tridimensional, los simuladores de vuelo son exactamente los mismos que utilizan los pilotos de los Apache o los F-15, y aunque el resultado final está cantado -entraremos en Bagdad y caerá el malo-, la batalla puede durar indefinidamente, con muchas bifurcaciones basadas en la lógica del efecto perverso, tal y como teme Blair. Y en cuanto a la célebre interactividad de la P1ay Station 2, también hay muchas analogías con esta segunda guerra: puede funcionar, y mucho, la opinión pública antes de que en pantalla aparezca eso del game over. Lopeor de todo, ay, es que esos juegos de guerra de la Play Station 2 siempre tienen una segunda o tercera parte.
Juan Cueto
El País, 01.04.2003