Padre de todas las criaturas vivientes, no puedo decirte que estás en cielo
porque estás muy cerca acompañando la vida de los que estamos abajo.
Dime, Padre: ¿qué palabra te faltó, qué palabra te sobró que el hombre,
varón masculino, interpretó paternidad por promiscuidad,
cuidado de hijos por abandono de los que le diste aquí en la tierra?
Madre nuestra, que al abrazarnos con ternura ese cielo se vuelve cercano,
¿qué pasó que nos olvidamos de la semejanza y pusimos la diferencia,
la carne de la otra carne fue maltratada, violentada, humillada, desvalorizada?
Mil veces tengo miedo de decir que tu nombre sea santo porque temo
convertirme en cómplice de los que lo pronuncian todos los días
para iniciar y justificar guerras, destrucción, muerte.
Por eso me comprometo en anunciar tu nombre a través no sólo de las palabras
sino de las acciones de los que te proclamamos, para que venga tu reino cada día,
en cada pequeña obra de amor que fluya de nuestras manos, de nuestro ser.
Padre y Madre, no nos dejes imponerte nuestra voluntad,
nuestros egoísmos posmodernos y caprichos individualistas
para que tu amor, justicia y bondad sea una realidad en nuestro mundo.
Soñamos y te pedimos que cada ser humano comparta equitativamente
con el otro lo que tiene, para que de esta manera todos y todas
en el mundo entero podamos tener lo necesario para cada día.
Te queremos pedir que nos perdones la indiferencia ante el otro,
que es lo mismo que ante ti, que nos perdones la soberbia, maltratos, violencia,
heridas que cometemos con la tierra, los árboles, las plantas,
con los animales, con los otros seres humanos y con nosotros mismos.
Que aprendamos que todos vivimos en comunidad,
que somos seres que necesitamos paz, cuidado, protección, amor
entre unos y otros para que de esta manera podamos restaurarnos
porque será la única manera de sentir realmente un jubileo
entre todos los seres del universo.
No nos dejes caer en la tentación de mantenernos insensibles,
neutrales ante los dolores, gritos y sufrimientos de los demás;
te rogamos que, más que esto, nos libres de actitudes
que, lejos de dar VIDA, provocan muerte en los demás.
Te decimos todo esto a ti, Madre y Padre de todos,
porque sabemos que confías en nosotros, tus hijos,
y sabes que podemos hacer realidad ese reino cotidiano y terreno
que nos has enseñado, porque de ti aprendemos la posibilidad
de empoderarnos unos a otros y no el poder que separa
y hace que unos sojuzguemos la vida de otros,
y porque tú confías que no has trabajado en vano
y que es posible un mundo donde todos vivamos y no sobrevivamos.
Por siempre y en todo tiempo te pedimos que esta oración
pueda ser una realidad palpable en nuestras vidas
y que algún día no haya necesidad de pronunciarla. Así sea.
Mirian NARANJO ALONSO
Taguasco, CUBA