[vc_row][vc_column][vc_column_text]Sabía que le quedaban días, incluso horas de vida. Él se sentía tranquilo, pues reconocía que algún día tenía que ser. Ya era anciano, y a decir verdad pensaba que había vivido a tope. Sólo tenía una inquietud y era cómo iba a presentarse ante el Señor.
Un día recibió la visita de un viejo amigo y le dio a conocer su inquietud. Su amigo muy seguro de lo que le decía le expuso su plan:
– No te preocupes, tú has sido una persona muy feliz, que no has desaprovechado ni un minuto de tu vida; siempre se ha podido confiar en ti… Yo pienso que el Señor no te pondrá ningún inconveniente.
El amigo se marchó y, llegada la noche, el anciano empezó a pensar en todo lo que le había dicho su amigo. De repente le vino a la cabeza una idea genial: se trataba de hacer un escrito en el que figurara toda su vida, todo lo que él había hecho. De esta manera se lo podría leer al Señor, y Jesús seguramente se pondría muy feliz al escuchar todo aquello.
Sin perder más tiempo sacó su cuaderno de apuntes y se dispuso a escribir:
«Mira Señor, nací en una familia obrera. De mi infancia no me viene casi ningún recuerdo; siempre fui un buen estudiante, por lo que terminé dos carreras. Me casé con una mujer fabulosa. Cuando monté la empresa con unos viejos amigos, siempre pedí de los obreros el máximo trabajo, aunque éstos siempre rindieron bien, pues era yo el primero que se entregaba al trabajo con absoluta seriedad.
Nunca llegué tarde al trabajo, nunca dejé que mis obreros se quedaran sin cobrar, e incluso alguna vez entregué a alguno de ellos más de lo establecido, pues lo necesitaba para su familia.
Todos los domingos he asistido a misa y he entregado todos los años una parte de mi sueldo a Cáritas. A mis hijos nunca les ha faltado nada, les inculqué desde muy pequeños una buena educación y no les puse ningún impedimento a la hora de estudiar o de salir con los amigos que ellos querían.
Y ahora, Señor, cuando me he visto imposibilitado, he ido a un asilo para no causar ningún problema a mis hijos… Esto es todo, Señor.»
Días más tarde moriría sin ningún tipo de sufrimiento.
Cuando llegó al lugar donde van todos los que dejan la Tierra estaba muy nervioso y repasaba una y otra vez lo que le iba a decir al Señor. La espera fue muy larga pero al fin llegó su tumo.
El Señor le esperaba con una gran sonrisa y le invitó a sentarse enfrente de Él. Jesús le dijo, apretándole las manos cariñosamente:
– Tengo muchas ganas de oír lo que me quieres decir.
El buen hombre sacó del bolsillo su escrito y se dispuso a leer muy seguro de sí mismo.
El Señor le escuchaba muy atento y al finalizar, el hombre se dio cuenta de que a Jesús se le caían pequeñas lágrimas de su rostro.
– ¿Jesús, es que no te gusta lo que he hecho de mi vida? – le preguntó el anciano.
El Señor, limpiándose el rostro y con una mirada tierna y dulce, le dijo muy débilmente:
– Sí, sé lo que has hecho cada minuto de tu vida, pues siempre he estado contigo, pero contéstame: ¿tú me has amado allí en la tierra? ¿Tú me amas?
El hombre agachó la cabeza pues no sabía qué contestar. Y las lágrimas aparecieron en su rostro.
José M.ª Escudero
PARA HACER
- ¿Qué nos dice esta parábola?
- ¿Cómo podríamos amar realmente a Jesús en la tierra? (Una pauta: léase Mateo 25)
- Escribir la síntesis de lo que cada uno ha vivido hasta ahora. Recalcar los aspectos positivos.
- Escribir después la síntesis de los 25 años siguientes imaginando que ya se han vivido. ¿Qué conclusiones sacamos? ¿Qué tendríamos que hacer ahora para que todo eso se llegue a cumplir?
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