¿Sabes, Jesús? Tengo un sueño. Uno de mis amigos dice que todas las cosas grandes empiezan por un sueño, que todas las cosas grandes empiezan por el lado más pequeño. Y yo te tengo ahí, delante, pequeño, sollozante, en un comedero de animales porque bueno, en fin, ya sabes, cómo iba a quedar hueco en la posada.
Y el sueño empieza por Ti, por lo tuyo, por tus ganas de decirnos a la cara, mirándonos a los ojos, de tú a tú, que tus planes eran otros, que este mundo puede saber a Dios, que el Padre nos amaba ya antes de nacer y nos amará por todas las eternidades. A cada uno de nosotros que andamos por esta Tierra. Y claro, tenías que venir que verlo, que vivirlo como un hombre más, mezcla de carne y tiempo. Ahora como un niño más. El principio del sueño.
Por eso, déjame que te cuente mi sueño de Navidad, la de cada uno de nosotros, tú y yo, la de la Navidad de la puerta de al lado, la del país de más allá pequeñas partes de ese gran sueño-realidad de un Dios que es Dios-con-nosotros, más allá de las barreras del espacio y el tiempo.
Misterio de madre
El sueño de una Navidad de familia sentada a la mesa, en Nochebuena, con la bendición de la cena y un recuerdo para los que ya no están. De paseo juguetón de un nieto de la mano de su abuelo, ese cómplice grande de sus travesuras. De cansancio satisfecho de una madre que limpia pañales, inventa un puré y prepara el baño. De madre, ese misterio absoluto que nace con el hijo y que vive junto a él, por encima de él, por debajo… que lo abarca y lo asume.
Una Navidad de beso primero de enamorados, como un secreto furtivo dicho de labio a labio, como una caricia de mano torpe y hormigueo en las piernas. De abstinencia y alivio por una nueva victoria callada, temporal frente a la droga: hoy aguanté, que mañana no me muerda esa bestia.
La Navidad del recluso al que hoy sí, después de tanto tiempo, alguien le mira a la cara como una persona y pierde una mañana para saber de él, sobre todo de su futuro, no de batallitas del talego. La del que sólo por un día, que hay que celebrarlo, puede saltarse el cóctel que mantiene a raya la sombra alargada del SIDA. La del inmigrante que, después de un día agotador de trabajo, puede reunirse con los suyos, saber de su familia del otro lado y divertirse con sus amigos de allá y los de acá, sin importar el país.
Universal
Sueño con una Navidad de luces, Santa Claus y el White Christmas de Bing Crosby en Nueva York. Con la de la sonrisa de una mujer afgana que puede despojarse del burka y contemplar el mundo tal cual es, sin que parezca una película codificada del Plus. Con la de una noche de silencio en la gruta de Belén, sin el estruendo de los asesinatos selectivos de Israel o los hombres-bomba de Palestina. Con la de una noche de jolgorio en las favelas de Río.
Una Navidad que nos dé la primicia del fin del terror en España, que nos atruene con los bailes de tambores del Burundi (el grito de un África que despierta), que nos impregne del olor a currys ysamosas de una fiesta en los slums de Calcuta.
Una Navidad que, por fin, también nos regale una Iglesia en primavera, que no sea ya cosa de curas sino de todos, novia del pueblo, testigo inquieto y rebelde, confidente de cada hombre y mujer.
Mis sueños de Navidad. Los que creo leer en tus ojos de niño, Jesús. En tu mirada de nueva humanidad, con la que todo parece contener un secreto y el ahora condensa el ayer y el mañana.
Para hacer
- Hace un año Javier Sánchez Noriega nos contaba su sueño de Navidad en la revista Misioneros Javerianos (391, diciembre de 2002). ¿Qué nos parece?
- ¿Lo podemos hacer nuestro? Y lo adaptamos cada año y cada día a nuestra realidad.
- Escribir nuestro sueño de Navidad.