“Yo, más que decir, procuro ser”

1 marzo 2005

Soy María Victoria Triviño, hermana de la orden de las clarisas de Asís. Tengo 66 años. Nací en Zaragoza, en una familia de clase media, y vivo en el santuario de Monlora en Luna. Estudié magisterio y sigo estudiando: teología, música… Practico el camino de la alegría. He publicado unos 30 libros y doy conferencias a monjas y a frailes.

-¿Por qué se metió a monja?
-En mi mente de niña de 12 años, cuando me hablaron de lo sagrado, imaginé a Dios como un sol, una luz inmensa, algo a lo que se podía acceder o que se podía perder. Aquella idea empezó a obsesionarme y pedí permiso para irme a la capilla a meditar.
-¿Y qué pasó?
-Le hice a Dios una ofrenda: «Haré todo lo posible para vivir una vida íntegra y pura y así entrar en el dinamismo de la santidad».
-¿Lo ha conseguido?
-La santidad no lo sé, pero tengo una felicidad, un no poder perder ya la serenidad… Yo he intentado permanecer en mi promesa y se me ha dado un regalo.
-¿Qué regalo?
-La dulzura escondida, la llaman los franciscanos.
-No entiendo nada.
-Santa Clara es la compañera fundacional de san Francisco de Asís. Es una maestra medieval y su búsqueda fue la dulzura escondida a través de la vía de la belleza. Es simple, se trata de sobrellevar las pruebas de la vida con alegría verdadera.
-Parece que la Iglesia ha dejado al margen de su jerarquía a las mujeres.
-En la Iglesia antigua la mujer tenía su lugar. Pero después nos colocaron una imagen de la Virgen María que a mí no me llena, es la virgen del silencio, ésa que no habla, que no mira por la ventana, que es así como parada. Eso no es de recibo.
-¿No ha sido siempre así?
-Hay escritos que explican como los apóstoles llevaban a todos los que se interesaban por el cristianismo a ver a la gran maestra, la Virgen. Alrededor suyo había una comunidad de mujeres con las que vivía. Y Jesucristo tuvo discípulas más allá de Magdalena.
-¿Dios es mujer?
-Sí. Todo está en Dios. En la Iglesia primitiva las mujeres se ordenaban diaconisas, ¡y luego nos lo han sisado! Los escritos antiguos dicen que el obispo representa al padre, los sacerdotes a Jesucristo y las diaconisas al Espíritu Santo. El testimonio de las diaconisas personifica la gracia del Espíritu Santo.
-No sé muy bien de qué me habla.
-Cuando la Biblia se refiere a la misericordia de Dios en realidad está hablando de ternura, utiliza el término rehem que en hebreo significa literalmente útero. Dios es como una madre, eso está en la Biblia.
-Mejor la alegría que el sufrimiento.
-Sí, sí, sí. Yo no creo que haya que sufrir con resignación y paciencia, porque al final se hace una piedra en el riñón o un cáncer.
-¿Y cómo es ese otro camino?
-Consiste en expresar con la mayor belleza posible, con alegría, todo lo que hacemos. Ha de haber belleza en lo que sentimos. «Bella cosa es sufrir con alegría», dice san Pedro, pero para eso tienes que sentir el apoyo de alguien que te ame de forma indeclinable.
-¿?
-Yo sé que Dios me ama, entonces puedo perdonarme y dejar que pase lo transitorio.
-¿Y cómo lo sabe?
-Primero es fe, pero luego esa fe se va haciendo pequeña porque la evidencia es cada vez más grande. Sientes su presencia y es un sentir sin dudas y, cuanto más lo vives, mayor es la certeza, que se hace tan fuerte que ya no te pierdes.
-No todo el mundo tiene su fe, ¿qué le dice a los agnósticos?
-Yo, más que decir, procuro ser. La forma de vida contemplativa, que es la que llevamos nosotras, no tiene otra utilidad que dar testimonio de que Dios existe y de que se es feliz creyendo en él. La mayoría de las religiosas cuidan enfermos, ayudan a la sociedad, pero nosotras sólo nos dedicamos a Dios. Si no existiera, estaríamos tirando la vida.
-¿Por qué la han expulsado de varios conventos?
-Dentro de un convento hay lo mismo que fuera, no somos diferentes, simplemente intentamos servir a Dios. Pero para mí ha sido muy positivo.
-¿Por qué?
-Cuando viví aquel rechazo brutal de los que de alguna forma representaban a Dios pasé infinitas noches frente a un icono de Jesús: «Estoy confundida -le dije-, sólo tengo claro que respiro». Y entonces se me hizo la luz: Dios nos ha creado con su aliento, basta respirar. Sentí una gran felicidad, fue uno de los momentos de mi vida en que crecí.
-¿Qué le da usted al mundo?
-Hacemos pensar a la gente sin necesidad de hacer proselitismo. Cuando vienen al convento y nos ven tan alegres, cuando ven como una a la otra le cede el honor y nos ven danzar con aquel respeto a lo sagrado, dicen que se les pone carne de gallina, que les saltan las lágrimas, que algo se les despierta adentro. Basta con eso.
-¿Qué merece la pena en la vida?
-Para mí lo más importante es hacer feliz a la gente que me rodea en lugar de ponerle pruebas. A mí me va el Cristo que resucita, el que pasa de muerte a vida, y así quiero vivir transmutando el dolor en dulzura y alegría.

Ima Sanchís 

La Vanguardia, 30/10/2004

 

 

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